El artículo X del tratado de Utrecht recoge unas disposiciones que han sido violadas por los ingleses
HACE trescientos años, en julio de 1713, se firmó la paz que ponía fin a la guerra de Sucesión española en la ciudad holandesa de Utrecht. Quedaba pendiente la rendición de Barcelona a las tropas borbónicas, cosa que ocurrió un año después. En las negociaciones que condujeron a la mencionada paz, la España de Felipe V fue poco más que un convidado de piedra, a la que no quedó otro remedio que asumir los planteamientos suscritos por la Francia de Luis XIV, abuelo del monarca español. Fue en Utrecht donde se establecieron las condiciones en que quedaba Gibraltar, después del acto de piratería protagonizado por el almirante Rooke nueve años antes. Digo que lo de Rooke fue un acto de piratería porque don Diego de Salinas entregaba la plaza, el 4 de agosto de 1704, al archiduque Carlos de Austria, quién por aquellas fechas pretendía el trono español. Fue cuestión de horas que los británicos sustituyesen la bandera amarilla con el águila imperial, por la suya. Así se apropiaron del Peñón. Desde ese primer abuso, que la paz de Utrecht consagró, los británicos no han dejado de cometer atropellos. Han aprovechado en unos casos la debilidad de España y en otros la buena voluntad de nuestros gobernantes, como cuando se les cedió una franja de terreno para que levantasen un hospital donde atender a los enfermos de una epidemia que se había desatado en el Peñón. Jamás devolvieron esa franja de tierra que, incorporada a sus dominios, les permitió construir en 1938 un aeródromo, origen del aeropuerto que hoy tiene Gibraltar, aprovechando las duras circunstancias que vivía España.
El artículo X del tratado de Utrecht, donde se recoge la cesión de la plaza a Gran Bretaña, recoge unas disposiciones que han sido sistemáticamente violadas por los ingleses en sus trescientos años de dominio colonial. Se señala, por ejemplo, que se la cesión territorial afecta únicamente a la ciudad con sus defensas y el puerto, indicándose expresamente que se hace sin jurisdicción territorial y sin comunicación alguna por tierra con España. También se recogía en el texto el compromiso británico de no ejercitar el contrabando. Durante trescientos Gibraltar ha sido, entre otras cosas, un importante nido de contrabandistas.
Los británicos y las autoridades de Gibraltar invocan el tratado de Utrech, que han incumplido sistemáticamente, para reclamar unos derechos que no están recogidos en él. A lo largo de estos trescientos años son múltiples los intentos de apropiarse de unas aguas —como hicieron con el istmo— que son españolas. Aguas donde recientemente han arrojando —afirman con toda desfachatez que con propósitos ecológicos— bloques de hormigón para dificultar la pesca a los barcos españoles que faenan en aquellas aguas. Con idéntica desfachatez se quejan de los controles fronterizos españoles que tratan de poner coto al contrabando, a la evasión de capitales y a los tráficos ilícitos que se han convertido en su principal modus vivendi.
Gibraltar, convertida hoy, en uno de los grandes paraísos fiscales para empresas que defraudan, es un monumento a la violación de un acuerdo cerrado hace trescientos años y que los británicos interpretan según sus particulares conveniencias. Es también la única colonia existente en Europa contra cuya existencia se ha pronunciado la ONU repetidamente. Papel mojado para los británicos como buena parte del artículo X del tratado de Utrecht.
(Publicada en ABC Córdoba el 3 de agosto de 2013 en esta dirección)