Hace unos días ABC dejaba constancia del anuncio hecho por el edil de Urbanismo y Hacienda, Salvador Fuentes, de la inminente restauración del conocido como el altar de San Rafael, situado en la calle Lineros. Decimos feliz anuncio porque supone recuperar una hermosa página de la historia de Córdoba —una página de las que quiere dejar en el baúl de los recuerdos perdidos la ministra de Educación, Pilar Alegría, porque su origen, aunque por poco, data de 1803, es anterior a 1812— que nos habla de aspectos sumamente interesantes del pasado.
Fue habitual desde, al menos, los siglos del barroco, que en muchas casas aparecieran hornacinas en sus paredes donde, a modo de pequeños altares, se cobijaban cruces o imágenes que hacían pública la devoción de los dueños de la casa a una determinada advocación.
Se les tenía notable respeto y eran muchos los que elevaban una plegaria a su paso ante ellas. Se cuenta una jocosa historia a la que se supone como protagonista a don Francisco de Quevedo y Villegas quien, cada noche después de salir del figón donde libaba, solía orinar durante el itinerario a su casa en un lugar concreto, siempre el mismo.
Practicaba una costumbre, muy de la época, en que se evacuaban aguas y se aliviaba la vejiga allí donde se podía, pero se respetaban aquellos lugares donde había una cruz o una imagen. Para evitar la micción del ilustre escritor, los vecinos del inmueble idearon colocar una cruz con un rótulo: «Donde hay cruces no se mea». Quevedo, al día siguiente, volvió a orinar y, usando la tinta que llevaba consigo, escribió: «Donde se mea no se ponen cruces».
La anécdota, más allá de ser o no cierta, pone de relieve el respeto que se tenía a esas imágenes que gozaban de la devoción popular. El altar de San Rafael es una de esas manifestaciones, cuyo cuidado y conservación corresponde al Ayuntamiento, pero, desgraciadamente, llevaba tiempo en un lamentable estado. Ya se pidió su restauración cuando el cogobierno de IU y PSOE sin el menor éxito, cosa que no de debe sorprender porque en ese mandato se barajó la posibilidad de retirar el cuadro de San Rafael del propio Ayuntamiento.
Ese altar de la calle Lineros tiene en sus hornacinas a san Rafael, escoltado por san Acisclo y santa Victoria, referencias de la historia religiosa de Córdoba. A ellos, sobre todo al arcángel protector de la ciudad, han acudido muchos cordobeses en momentos de angustia, implorando su protección. No en balde puede leerse allí: «Bajo la sombra de tus alas protégenos». Restaurar sus cuadros, que también tienen una larga historia —desde los originales pintados por Antonio María Monroy hasta los de Rafael Peno, pasando por los de Rafael Romero—, limpiarlo de pintadas y eliminar un cableado que nunca debió permitirse que allí fuera colocado, era desde hace tiempo una obligación municipal. Porque, como decíamos más arriba, supone recuperar una página de la historia de Córdoba. Reflejo de viejas formas de devoción popular y de las creencias de nuestros antepasados que llegan hasta nuestros días. Feliz anuncio el que ha hecho el edil Fuentes.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 14 de enero de 2022 en esta dirección)