Las sociedades a lo largo del tiempo han tenido la necesidad de acuñar fantasmagorías que distan mucho de la realidad. Se ha dado, con frecuencia, en situaciones excepcionales -a veces un tanto anómalas- y en aquellas sociedades con poco recorrido histórico, derivado por lo general de prescindir del legado de los indígenas. Ocurre, por ejemplo, con los Estados Unidos de Norteamérica. Ese país necesita de héroes, cosa que no suele ocurrir en otros, como es el caso de España, con un recorrido histórico mucho más largo en el tiempo. Un ejemplo lo tenemos en Charles Lindberg, el aviador que cruzó el Atlántico, por el norte, en 1927 -en 1922 ese océano había sido cruzado, por el sur, por los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral- por su gran hazaña se le tributaron toda clase de homenajes y sigue siendo un héroe. Los norteamericanos han obviado la admiración de Lindberg por Hitler y el nazismo, aunque Philip Rooth nos dejara su magnífica novela «Conjura contra América», y lo tienen por uno de sus héroes. En España Ramón Franco, que también cruzó al Atlántico por el sur en 1926, se le han hecho reconocimientos mucho más limitados. Unos porque no le perdonan que fuera hermano de Francisco Franco y otros porque representaba lo contrario a las virtudes defendidas por el nacionalcatolicismo imperante tras la contienda civil. Era bebedor, camorrista, mujeriego y… republicano, al menos, durante una temporada.
Estos días hemos asistido, más allá de la vergonzosa politización de una manifestación contra el terrorismo, al ansia del independentismo catalán por magnificar la actuación de los mossos, presentándolos como un cuerpo de policía que, pese a la maldad del Estado, es capaz no sólo de desarticular una criminal célula terrorista, también llegado el caso defender a Cataluña de una supuesta agresión. Pero conforme se conocen detalles, los mossos parecen mucho menos eficientes de lo que pregona la Generalitat.
La investigación de la explosión de Alcanar fue una chapuza. Los mossos la atribuyeron a una explosión de gas y dijeron a la juez, que sospechó de terrorismo, que no exagerase. Si hubieran mostrado mayor diligencia, lo que se cocinaba allí, antesala del atentado de las Ramblas, pudo tomar un derrotero muy diferente. En las Ramblas, al no seguirse las instrucciones del ministerio del Interior, no habían bolardos -apúntese ese debe a la cuenta de la alcaldesa Colau-, pero tampoco había un solo mosso en el medio kilómetro recorrido en furgoneta por el asesino islamista, pese a ser una de las vías más concurridas de Europa y eso le permitió huir a pie. La operación jaula montada por los mossos no le impidió salir de Barcelona, saltándose uno de los controles, tras degollar al propietario del vehículo en que se fugaba. Aquella noche una declaración del máximo responsable de los mossos, el mayor Trapero, recientemente incorporado al cargo por su furor independentista, declaraba que descartaba la inminencia de un nuevo atentado. Unas horas después ocurría el de Cambrils, aunque en esta ocasión -justo es reconocerlo- la eficacia de uno de los mossos evitó males mayores y envió a cuatro terroristas a disfrutar de las huríes.
Sólo la deriva independentista, porque Cataluña tiene una larga historia en el marco de la Corona de Aragón primero y de España después, rica y atractiva, puede explicar que se pretendan crear estas falsedades para consumo de fanáticos. Quizá también explique por qué en ese delirio algunos indocumentados están convirtiendo la historia de Cataluña en una fantasmagoría.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de agosto de 2017 en esta dirección)