El nombramiento del exministro Soria como director ejecutivo en el Banco Mundial en representación de España es lo que suele denominarse como un fallo garrafal. No sólo el intento gubernamental sino también por el momento elegido para anunciarlo -justo al terminar la segunda de las votaciones de investidura de Rajoy- y por las explicaciones que, en un primer momento, se dieron por parte de los populares para justificarlo. Han tenido que dar marcha atrás después de que se hicieran públicas las divergencias de importantes líderes populares, con el coste que eso supone, y han conseguido que, por unos días, el foco que estaba puesto en Sánchez y su “no, no y no”, lo que de cara a la opinión pública lo convertía en el principal culpable de unas hipotéticas terceras elecciones, haya perdido intensidad. Parecía que el nombramiento del exministro era algo diseñado por su más acérrimo enemigo. Tanto es así que la oposición ha exigido, en su derecho están, la comparecencia del ministro Guindos para dar explicaciones en el Congreso de los Diputados. Con mucha desmesura pedían, principalmente socialistas y podemitas, que la comparecencia fuera incluso en un pleno para dar más realce al fallido nombramiento.
Pero más allá del dislate que ha supuesto, ese nombramiento lleva a que nos planteemos cuestiones de mucho más calado como es el destino que se les da a algunos ministros. Elena Salgado ocupa un alto cargo en Repsol, Eduardo Zaplana -el que había ido a la política según confesaba él mismo a ganar dinero- fue a parar a Telefónica, como la socialista Trinidad Jiménez. Leire Pajín y Bibiana Aido fueron destinadas, tras su paso por los respectivos ministerios, a puestos de relevancia en organismos internacionales, ocupando los puestos que en algún caso fueron conseguidos por el gobierno de Rodríguez Zapatero para España después de convertirse en uno de los más generosos donantes de los organismos a la que alguna de ellas iba destinada. Es cierto que no todos quienes han ejercido de ministros han sido beneficiados con eso que se llama las puertas giratorias. Muchos otros se reincorporaron a los destinos profesionales que ocupaban previamente a su paso por el ministerio y en ellos ejercen su actividad.
Estos casos que tanto escandalizan son una forma de la vieja política que parece estar en solfa -sólo lo parece habida cuenta de algunas actuaciones de los partidos que vienen a regenerar la vida pública española-, por el uso que se está haciendo de las instituciones. Algo más que lamentable la actuación de Pablo Iglesias en la comisión en la que, finalmente, compareció el ministró para dar explicaciones. Buscó el foco de los medios y confundió, una vez más, una comisión parlamentaria con el escenario de un mitin en el que llegó a involucrar en el “affaire Soria” a una sobrina del ministro compareciente que ninguna relación tenía con lo que allí se estaba debatiendo. Puro teatro para desgastar a un gobierno en funciones, apartar los focos mediáticos por unos días de otros asuntos -los podemitas se están abriendo en canal en la capital de España entre los partidarios de Iglesias y los llamados errejonistas- que tratan de difuminar en lo posible. Ello no es óbice para señalar que la metedura de pata del gobierno con el nombramiento de Soria ha sido monumental y la defensa inicial del mismo vino a empeorarla aún más.
(Publicada en ABC Córdoba el 17 de septiembre de 2016 en esta dirección)