Los liberales, durante EL Trienio Revolucionario, cantaban el “Trágala, trágala, trágala/ traga la Constitución” a Fernando VII, al que llegaron a darle serenatas con aquella cantiña. Era una forma de referirse a la aceptación de la Constitución de Cádiz por aquel monarca, felón en numerosas ocasiones. Lo hizo, a regañadientes, aunque afirmase que él era el primero en marchar por la senda constitucional, al asustarse ante la agitación que el pronunciamiento de Riego, que estaba a punto de exiliarse a Portugal convencido del fracaso de su proclama en Las Cabezas de San Juan, había provocado en Madrid. La expresión “es un trágala” ha quedado, al menos en el lenguaje coloquial, para referirse a la aceptación de algo que no es del agrado de quien lo asume.
“Un trágala” es para nuestros vecinos del norte asumir las derrotas deportivas que, con mucha frecuencia en los últimos años, sufren sus selecciones a manos de las nuestras. Ocurre en el fútbol, en el balonmano, en el baloncesto… Tampoco soportaban que una y otra vez, hasta en nueve ocasiones, Rafael Nadal se hiciera con Roland Garros o que a los nombres de Bahamontes -el único ganador español en muchos años junto con Luis Ocaña- se sumaran en los últimos veinticinco años las victorias Pedro Delgado, Miguel Indurain, Carlos Sastre, Oscar Pereiro o Alberto Contador; siendo el open de tenis y la carrera ciclista los dos grandes estandartes deportivos de Francia. No asimilan que los motoristas españoles en las tres cilindradas se hagan, con frecuencia, con los campeonatos del mundo y Fernando Alonso haGa lo propio en los mundiales de automovilismo.
Hace años, como si se tratase de una humorada, lanzaron la acusación de que los deportistas españoles se dopaban. No era posible que sus vecinos del sur, a los que algunos franceses consideran como los del patio de atrás de su casa, estuvieran venciendo y de forma tan reiterada. Muchas veces a los suyos y en su propio terreno. Ahora ha sido la selección española de baloncesto, liderada por Pau Gasol, la que se ha hecho con el campeonato de Europa organizado por Francia, dejándoles en la cuneta, al cruzarse con ellos en las semifinales. Los españoles devolvían a los franceses la derrota que nos endosaron en 2014, aquí en España, en el campeonato del mundo. A nadie se lo ocurrió entonces decir que los jugadores franceses se dopaban. Ganaron y punto. No lo han encajado de la misma forma. Otra vez han echado mano del dopaje para aceptar que los nuestros ganaron a los suyos. No dejaron de silbar cuando Gasol fue declarado el mejor jugador del torneo, también silbaron cuando fue entregada la copa de campeones a Felipe Reyes.
Los enfrentamientos deportivos entre franceses y españoles tienen un sabor especial. Lo reconocen hasta los propios jugadores. Es lógico, se trata de competencia entre vecinos, que a lo largo de los siglos se las han tenido tiesas en muchas ocasiones; ahora, menos mal, en las lides deportivas. Lo que carece de toda lógica es que cada vez que pierden, lo que de un tiempo a esta parte ocurre con mucha frecuencia, echen mano, incluso en clave de humor, del dopaje. Es un trágala, como el de Fernando VII con la Constitución de Cádiz. A lo mejor, la próxima vez, hay que darles una serenata… con mucho sentido del humor, como se ha tomado Gasol las impresentables insinuaciones de algún periodista galo.
(Publicada en ABC Córdoba el 3 de octubre de 2015 en esta dirección)