Desde que Sánchez ejerce como presidente del gobierno, la política exterior española, que como se señala en la Constitución es cosa del presidente, aunque dentro del gabinete está encomendada al ministro de Asuntos Exteriores —desde junio de 2021 el titular es José Manuel Albares quien hace poco ha señalado que su principal objetivo en política exterior es conseguir que el catalán sea admitido como lengua oficial en la Unión Europea—. Quizá con declaraciones como esa, y dado el perfil de Sánchez, se pueda explicar lo errático de nuestra política exterior en estos últimos años. Las relaciones con Marruecos han dado algunos bandazos. Desde la retirada de la embajadora marroquí, al atenderse en un hospital español, concretamente un hospital de Zaragoza, al líder del Frente Polisario, a modificar, de la noche a la mañana, por una decisión personalísima de Sánchez la política española respecto del que fuera Sahara Español. Sánchez, sin dar cuenta previa al consejo de ministros, como es preceptivo, ni comunicarlo el jefe del Estado, decidió que el Sahara es territorio de Marruecos. Abandonaba la tradicional política española de promover, como sostiene Naciones Unidas, un referéndum. Esa decisión, cuya razón es uno de los misterios que hasta el momento acompañan a Sánchez —corren muchos rumores acerca de la causa de esa vuelta de campana diplomática—, nunca ha sido explicada. Las consecuencias fueron que las relaciones con Argelia se tensaron hasta el punto de que Argelia retiró a su embajador en Madrid, cargo que ha estado vacante durante más de año y medio, hasta que en abril de este año llegó el nuevo embajador Abdelfetá Daghmun.

Otro foco de tensión se encuentra en las relaciones con Argentina tras la victoria de Milei, a quien Sánchez se había referido en términos despectivos. El presidente argentino, también lo hizo al referirse a Sánchez y su esposa, principalmente a esta, lo que Albares, actuado de monaguillo, consideró un desacato intolerable a las instituciones españolas. España retiró a su embajadora de Buenos Aires y las relaciones —España tiene importantes intereses económicos en aquel país, siendo uno de los principales inversores extranjeros— siguen tensionadas. También las relaciones con Israel pasan por un mal momento. Sánchez se mostró poco ducho en materia diplomática, con unas declaraciones en Rafah, que provocaron la protesta de Israel. Protesta que se acentuó al hacer público Sánchez su propósito de reconocer al estado Palestino para lo que buscó, con escaso éxito, el apoyo de países europeos. Las declaraciones de Israel han sido muy duras.

Las relaciones con Venezuela son complicadas porque un sujeto como Maduro, que declara el comienzo de la Navidad el uno de octubre, está al frente el país. La embajada española en Caracas se ha visto envuelta en un asunto espinoso y la declaración de algún ministro sobre que aquello es una dictadura ha llevado a nuevas tensiones. Añádase a ello que con el intermediario Zapatero, que da lustre a una dictadura que oculta las actas electorales y ha llevado a ocho millones de venezolanos a abandonar el país, de por medio el gobierno busca no llamar a las cosas por su nombre.

Como se nos acaba el espacio dejamos Méjico para otra ocasión.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 11 de octubre en esta dirección)

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