La calle, en las circunstancias presentes cobra protagonismo. Estar confinados desde hace más de dos meses había hecho que la calle y los espacios públicos en general hubieran perdido el papel que, sobre todo en las civilizaciones mediterráneas siempre tuvo el ágora que, en la Grecia antigua, de la que somos herederos, era como se denominaba la plaza pública donde se reunían los ciudadanos. En algunos lugares como la plaza de la Capuchinas, donde está el Cristo de los Faroles, había vuelto a crecer la hierba. Pero, poco a poco la calle y los espacios públicos vuelven a cobrar protagonismo con eso que ha venido en denominarse desescalada —otra lamentable patada al diccionario que la Real Academia de la Lengua estudia si admitir— porque volvemos, con restricciones, a salir. Algunos lo han hecho como los toros cuando salen de chiqueros, dicho con todos los respetos y sin ninguna segunda intención. Lo señalo porque parecen descontrolados, ansiosos y hasta organizando botellones y reuniones que en la situación actual son clandestinas porque violan la normativa impuesta por el estado de alarma.
La recuperación de cierto protagonismo callejero ha dado lugar a que se den circunstancias llamativas. La muerte de Julio Anguita provocó la concentración de varios centenares de personas —en torno a las quinientas o seiscientas— que deseaban despedir a quien fue su alcalde, persona consecuente con sus principios y de comportamiento ejemplar que le hizo ganarse el respeto de hasta quienes no compartían sus planteamientos ideológicos —aprovecho para sumarme al tributo de respeto y consideración hacia su persona—, a modo de despedida. No se mantuvieron las normas que han de guardarse en la fase de vuelta a la normalidad en que se encuentra Córdoba y su provincia. Ha habido protestas por la permisividad que se ha tenido con quienes acompañaron el féretro de Anguita. La calle también ha cobrado de nuevo protagonismo al convertirse en lugar para protestar contra el gobierno y pedir la dimisión de Sánchez Pérez-Castejón por la forma en que viene actuando en relación a todo lo relacionado con el Covid-19. También se han echado a la calle numerosos cordobeses. Según los medios de comunicación eran unos dos mil los que se dieron cita en el Vial. Tampoco aquí se guardaron las normas que impone la situación presente. También ha habido protestas ante la permisividad.
Evidentemente quienes protestan por lo ocurrido en el entierro de Anguita son diferentes de los que protestan por lo ocurrido al manifestarse contra el gobierno de Sánchez Pérez-Castejón e Iglesias Turrión. A quienes le parecía adecuada el incumplimiento en la despedida de Julio Anguita, consideran un atropello la manifestación contra el gobierno. Quienes defienden la libertad de expresión que ejercen al pronunciarse contra el gobierno incumpliendo lo establecido, consideran un atropello la forma en que se produjo el acompañamiento del ex alcalde de Córdoba.
Lo que parece fuera de toda lógica es que manifestaciones contra el gobierno de estos días en numerosas ciudades españolas —inadecuadas si no se cumple la normativa a que estamos obligados— sean calificadas como manifestaciones de pijos, que utilizan palos de golf a la hora de golpear cacerolas que son de diseño. La calle, el ágora de los griegos, como lugar de reunión y concentración para reivindicar derechos y protestar, empieza a ser un espacio en disputa que no sienta bien a una izquierda que la considera como algo propio para tales menesteres.
(Publicada en ABC Córdoba el 23 de mayo de 2020 en esta dirección)