Llevamos casi un año con el gobierno en funciones. Una situación que, en circunstancias normales, no debería pasar de los cien días: algo más de los sesenta que transcurren entre la convocatoria de elecciones y la celebración de las mismas, a las que hay que añadir el tiempo en que los diputados al Congreso y los senadores toman posesión de sus cargos y se celebra el acto de constitución formal de las cámaras. Eso supone poco más de ochenta días. Luego algún tiempo de negociaciones para llegar al debate de investidura de un candidato a la presidencia del gobierno. Lo dicho, en circunstancias normales, en torno a los cien días poco más o menos. Pero en la actualidad vamos camino del año y lo que todavía queda por recorrer en caso de que se vislumbrase una posibilidad de configurar gobierno en la presente legislatura.

Para los españoles es una situación que podríamos calificar de anómala en nuestros casi cuarenta años de democracia -que supera ya en tiempo a la dictadura franquista- porque no se había vivido hasta ahora y como toda nueva situación levanta toda clase de opiniones y comentarios. Muchos de ellos verdaderamente desafortunados, como los que señalan que todo ha seguido funcionando, peor que mejor, en todos estos meses y, por lo tanto, concluyen que la política y los políticos son una especie de decorado de cartón piedra, cuando no llegan a afirmar que son innecesarios. A riesgo de ser políticamente incorrectísimo, sostengo justamente lo contrario.Si no hay política… ¿qué hay?

Se me contestará que esta política no es la más adecuada, que la incapacidad de los actuales políticos -unos más que otros- para encontrar vías de entendimiento que permitan una salida a esta situación, es algo que provoca rechazo. Sin duda alguna. Pero de ahí a afirmar que, vista la realidad, los políticos y la política resultan innecesarios hay un trecho que en nuestra opinión resulta insalvable.

¿Qué habría ocurrido en estos meses de no haber habido un presupuesto -muy criticado por quienes configuraban la oposición en la X legislatura- aprobado por el gobierno antes de quedarse en funciones en octubre del año pasado? ¿Qué habría ocurrido si hubiera habido que prorrogar los presupuestos? ¿Qué habría ocurrido con los sueldos de los funcionarios, que habrían quedado congelados y puede que así ocurra si no se constituye gobierno? ¿Qué está pasando con la inversión pública que se ha desplomado en estos meses? ¿Qué habría sucedido con las pensiones y con la llegada de nuevos integrantes del sistema público de pensiones? ¿Qué empieza a ocurrir con la presencia del gobierno en importantes reuniones de carácter internacional a las que no acudimos siquiera como invitados de piedra? ¿Qué puede ocurrir si llegamos a 2017 sin presupuesto y sin ajustar el límite de gasto? ¿Qué puede ocurrir con la financiación de las administraciones autonómicas y locales que en gran medida dependen de los recursos procedentes del Estado? ¿Qué está ocurriendo con nuestra política exterior donde hay numerosas embajadas paralizadas e incluso alguna de ellas sin embajador? Las consecuencias de la parálisis que sufrimos tardan en tener efectos visibles, pero hay quien no ve más allá de lo que tiene delante y se permite afirmar que podemos seguir prescindiendo de gobierno. No quiero pensar en que ocurrirá si llegamos a unas terceras elecciones y no tener presupuesto ni perspectivas de tenerlo.

(Publicada en ABC Córdoba el 26 de agosto de 2016 en esta dirección)

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