Los medios de comunicación anglosajones, con la BBC a la cabeza, han dado un tratamiento especial a la farsa de Toulouse.

EL retablillo de don Cristóbal es el nombre con que se conoce una pieza de teatro de Federico García Lorca, cuyo título completo es «Los títeres de la cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita. Farsa guiñolesca en seis cuadros y una advertencia». La trama de la obra es una larga serie de despropósitos donde la cachiporra de don Cristóbal tiene un notable protagonismo.

Si no fuera porque la cuestión es de una gravedad extrema —cerca de novecientos asesinados a manos de los terroristas de ETA a lo largo de medio siglo— habría que pensar, después de la pantomima llevada a cabo por los llamados verificadores, que lo exhibido es un teatrillo de guiñol con los tíos de la cachiporra —etarras con boina y capucha— como protagonistas de una farsa burlesca. No sólo porque la tan cacareada entrega de las armas, voceada a los cuatro vientos, se ha cuantificado en tres pistolas, trescientas balas, unas cuantas granadas y algún material para fabricar explosivos, sino porque los etarras, después de mostrarlas, se las han vuelto a llevar. La clave de este episodio no está en que el armamento exhibido por los terroristas estuviera obsoleto o fuera inservible, sino en la estafa que ha supuesto, con la anuencia de los verificadores, el hecho de que, después de mostrarlo, se lo llevaran de nuevo. Es muy significativo que ese «pequeño detalle» fuera obviado por los verificadores en su comparecencia pública y sólo lo revelaron en su declaración ante el juez. Si ya resultaba patética su imagen mostrando a los medios los dos folios con el contenido de lo que había sobre la mesa, acompañado de la declaración que los terroristas habían preparado para la ocasión, ahora, cuando hemos sabido que las armas exhibidas quedaron en poder de los terrorista —se las llevaron en una caja precintada aclararon en su comparecencia judicial—, tenemos que añadir el entredicho en que queda una gente que sólo tienen en este entierro, nos referimos el de ETA, la vela que ellos se han dado a sí mismos.

Por el contenido de lo visto en el video y por los detalles que han aflorado, cada vez resulta más evidente que el acto orquestado —ahora sabemos que en un piso de la ciudad francesa de Toulouse— tenía como objetivo la propaganda. Los medios anglosajones, con la BBC a la cabeza, han dado un tratamiento especial a la farsa de Toulouse que no ha pasado de ser un teatrillo preparado por los terroristas con la colaboración de los verificadores, a los que Bildu tiene en alta estima y consideración, en un momento en que tienen ya muy poco donde rascar después de que el trabajo realizado por la Guardia Civil y por la Policía Nacional los hayan dejado en cuadro y con escasas posibilidades operativas.

Después de medio siglo asesinando, anunciaron que dejaban de hacerlo cuando, acorralados, les resultaba poco menos que imposible. Ahora hacen alarde de un desarme cuando su armamento, obsoleto, les sirve para poco. Las armas exhibidas han sido el atrezo del teatro de guiñol y, después de la función, lo han recogido. Lo dicho, la farsa de Toulose tiene mucho de retablillo de don Cristóbal.

(Publicada en ABC Córdoba el 26 de febrero de 2014 en esta dirección)

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