Ha sido una larga andadura, la del Partido Andalucista. Primero como Alianza Socialista Andaluza (ASA), después como Partido Socialista Andaluz (PSA) y por último, a partir de 1982, como Partido Andalucista (PA). En total casi medio siglo de existencia. Hace unas semanas ha dicho adiós con la dignidad de quien se despide cuando decide el cese de su actividad al no haber alcanzado sus objetivos. El Partido Andalucista ha preferido marcharse, a mantener una existencia mendicante. Digo que lo ha hecho con dignidad, señalando que ya no volverá a presentarse a unas elecciones -para empezar no lo hará en las generales de final de año-, pero manteniéndose como partido hasta que concluya el mandato de las actuales corporaciones municipales. Lo hace para dar la cobertura legal necesaria que permita seguir utilizando el nombre de grupo andalucista a los concejales que obtuvieron acta en las pasadas elecciones de mayo. Son más de trescientos y en algunos casos, en torno a una veintena, se trata de alcaldes porque el Partido Andalucista consiguió ganar las elecciones, al ser la candidatura más votada.
La suya no ha sido una historia fácil al tener que pelear en un espacio electoral parecido al del PSOE, aunque siempre se le acusó de “ser más de derechas”. Fue la lucha de David contra Goliat. Una lucha en la que Alfonso Guerra, cuando era todopoderoso, antes de su ruptura con Felipe González y las terminales del guerrismo tenían bajo control los espacios políticos de gran parte de Andalucía, decretó su exterminio. En las elecciones generales de 1979, el PSA obtuvo 5 diputados y se convirtió en una amenaza real para el tándem González-Guerra. A los andalucistas se les acusó de todo… hasta de traidores a Andalucía en una farsa perfectamente orquestada. En realidad, fue su presencia en al palacio de la Carrera de San Jerónimo la que desbloqueó el pacto entre la UCD y el PSOE, que habían conducido a la autonomía andaluza a desarrollarse por el artículo 143 de la Constitución. El 151, en virtud de ese acuerdo, al que se habían sumado vascos y catalanes, quedaba reservado para las llamadas “nacionalidades históricas”. Hubo un referéndum el 28 de febrero de 1980 porque en el Congreso hubo diputados andalucistas durante aquella legislatura. Las consecuencias de aquel referéndum fue el famoso “café con leche para todos” que hoy, vista la deriva política de la España actual, ofrece más de una duda. Junto a ese logro, su historia ha estado marcada por desencuentros internos, algunas indecisiones y errores. Como en los demás partidos, pero en el caso del Partido Andalucista parecían más graves, al menos a los ojos de un electorado que en Andalucía siempre estuvo más polarizado en el juego derecha-izquierda que en otras partes de España. Posiblemente, porque la burguesía aquí era mucho más débil que en Cataluña o en el País Vasco y resultaba mucho más difícil el encaje de las tesis andalucistas, pese a que el ideario de Blas Infante, que constituía una parte importante del sustento ideológico del PA, se articulaba a partir de la idea de Andalucía, España y la Humanidad.
El Partido Andalucista ha llegado a su final. A algunos andaluces, entre los que me incluyo, nos hubiera gustado una Andalucía muy diferente a la que tenemos -referente de paro, baja renta y sociedad subvencionada- y que hubiera estado en línea con algunos planteamientos del andalucismo sustentado por el Partido Andalucista.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de septiembre de 2015 en esta dirección)