Disfrutar de esta panorámica de Córdoba es una realidad posible gracias a siglos de notables empeños, trabajos y vicisitudes.

El campanario de la catedral de Córdoba ha sido abierto al público. Es una buena noticia. A quienes suban a él, les permitirá, desde el punto más alto del casco urbano cordobés —no se pueden construir, según la normativa urbanística, edificios que sobrepasen esa altura— una visión muy diferente de la que se puede tener de la ciudad. Un campanario es una torre o una espadaña con campanas y durante siglos viene siendo una de las señas de identidad de los templos cristianos. La campana se utiliza para llamar a los fieles y en otro tiempo sirvió para muchas más cosas, tales como avisar de un incendio o alertar de la proximidad de un peligro o del enemigo. Los toques de sus campanas eran los que marcaban antaño el ritmo de la vida de las gentes. Esa importancia de las campanas en otro tiempo se revela en leyendas como la que cuenta que Almanzor trajo hasta Córdoba las de Santiago de Compostela a hombros de cautivos cristianos y que, siglos después, fueron devueltas a hombros de prisioneros musulmanes por orden del rey Fernando III. Es una leyenda, pero revela la importancia de las campanas como un elemento que marcaba la vida de los cristianos en la Edad Media.

El campanario de la catedral de Córdoba está construido sobre el antiguo alminar de la mezquita aljama de la época musulmana y tiene una agitada historia. A finales del siglo XVI estaba muy quebrantado, como consecuencia de los efectos de un temporal sufrido por la ciudad a comienzos del otoño de 1589. El cabildo catedralicio decidió construir una nueva torre y la encargó a Hernán Ruiz, el tercero de una estirpe de arquitectos ligada a las obras de la catedral. Los trabajos comenzaron en 1593, pero las obras que se efectuaban en el interior del templo hicieron que se dilatasen hasta el punto de que Hernán Ruiz murió en 1606 sin ver la obra concluida. Su larga duración hizo que se alzara sobre la Puerta del Perdón un campanario provisional, posiblemente una espadaña —menos costosa— desde el que seguir llamando a los fieles a las celebraciones litúrgicas y a los rezos. Los trabajos parece ser que quedaron completamente interrumpidos con la muerte del arquitecto y no se reanudarían hasta una década más tarde, cuando en 1616 se encomendaron a Sequero de Matilla para que la concluyese. Hernán Ruiz había forrado el viejo alminar hasta el cuerpo de campanas y había labrado éste de la forma en que lo vamos en la actualidad. El nuevo arquitecto, siguiendo el proyecto original, remató la torre en pocos meses. Estaba concluida en 1617.

Llama la atención que unas décadas más tarde, en pleno siglo XVII, el campanario amenazaba ruina por lo que fue necesario realizar importantes obras de sustentación. Un siglo más tarde, el llamado terremoto de Lisboa (1755), que dejó sentir su intensidad en buena parte de España, lo afectó de forma tan grave que las obras de reparación duraron varios años.

Disfrutar hoy de una panorámica de Córdoba, inédita incluso para la inmensa mayoría de los cordobeses, cual es la que ofrece el campanario de su catedral, es una realidad posible gracias a siglos de notables empeños, trabajos y vicisitudes.

(Publicada en ABC Córdoba el 8 de noviembre de 2014 en esta dirección)

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