Sindicatos médicos que, a tenor de sus declaraciones, preferirían dejar a los enfermos abandonados a su suerte.

EL XVII fue un siglo de grandes epidemias. España sufrió tres grandes contagios de peste que fueron un elemento a tener en cuenta en la crisis demográfica que sufrió el país a lo largo de aquella centuria. La primera, que atacó en los comienzos del siglo, entró por algún puerto del Cantábrico y barrió la Península de norte a sur como un gigantesco tsumani. Algunos contemporáneos hablaron de un millón de muertos. La cifra parece exagerada, pero señala la magnitud de la mortandad. La segunda, entró por un puerto levantino —probablemente Cartagena— a mediados de siglo y causó otra notable mortandad que en Sevilla fue dramática, reduciendo su población, unos 150.000 habitantes, a menos de la mitad. La tercera, ya bajo el reinado de Carlos II, afectó a la población entre 1677 y 1685, fue la más persistente en el tiempo, pero posiblemente la menos mortífera.

El pánico que generaba en las poblaciones es fácil de imaginar. Tanto que muchos médicos al tener conocimiento del contagio huían incumpliendo no sólo los contratos que los ligaban generalmente a los cabildos municipales, sino también abandonando a las poblaciones a su suerte. Es cierto que también contamos con numerosos ejemplos de sacrificio y abnegación. Médicos, enfermeros y también clérigos que tenían bajo su control la mayor parte de los hospitales de la época lucharon con denuedo por combatir la epidemia con los escasos medios con que contaban por que la medicina de la época se mostraba casi impotente para hacer frente a las epidemias. Las poblaciones se aislaban, lo mejor que podían, de las zonas de las que se tenía noticia de que estaban contagiadas y se acudían a la búsqueda de soluciones taumatúrgicas para hacer combatir la enfermedad. Las imágenes que gozaban de mayor fervor popular o a las que se atribuían mayores virtudes a la hora de luchar contra las epidemias se les tributaban cultos especiales e incluso se las sacaba en procesión de rogativas. Ante las epidemias eran muchos los médicos que recomendaban huir lo antes posible, cuanto más lejos mejor y no volver hasta pasado mucho tiempo.

Cuatro siglos más tarde, en el siglo XXI, han cambiado muchas cosas. Hoy la medicina es un arma efectiva contra la enfermedad. Los ayuntamientos no son quienes contratan a los médicos para atender a la salud pública. Pero hay otras que no han cambiado porque las actitudes y los sentimientos del ser humano siguen siendo los mismos en el siglo XVII que en el XXI. Ante la epidemia de ébola que sufren varios países de África las reacciones, salvando las distancias, son similares. Médicos abnegados, sacerdotes entregados a su misión que se contagian y también… sindicatos médicos que, a tenor de sus declaraciones, preferirían dejar a los enfermos abandonados a su suerte, señalando hipócritamente los riegos que supone atender a los enfermos. Los mismos que en el siglo XVII salían corriendo. También, quienes pretenden sacar tajada política como ese responsable de Izquierda Unidad en las baleares que recomienda la invocación a una imagen mariana para protegernos del contagio ante la amenaza que supone traer a su país a un compatriota para que sea atendido. Probablemente en el dirigente comunista influya el hecho de que se trata de un misionero católico.

)Publicada en ABC Córdoba el 9 de agosto de 2014 en esta dirección)

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