Irrumpió en la política andaluza  -me refiero al gran escenario que configuran los medios- hace poco más de tres años. Señalada por el dedo de Griñán cuando este abandonó la presidencia de la Junta ante la presión de lo que él mismo ha calificado en sede judicial como un gran fraude. Su aparición, casi estelar, no era, sin embargo, algo inesperado. Susana Díaz tenía un largo recorrido político. Prácticamente no había hecho otra cosa en su vida, al convertirse con poco más de veinte años en la secretaria de organización de las Juventudes Socialistas de Andalucía y obtener con veinticuatro un acta de concejal en el ayuntamiento de Sevilla en 1999. Su dedicación a la política ha sido desde entonces su actividad. Su recorrido laboral anterior se reducía a impartir clases particulares y la venta de cosméticos a domicilio. Cuentan, quienes la conocen desde esos primeros momentos de su vida política, que a Susana Díaz no le ha temblado el pulso a la hora de abrirse paso hacia sus objetivos, algo que la ha llevado a dejar muchos cadáveres en su recorrido. También cuentan que, en los últimos meses, algunos de esos cadáveres, se frotan las manos con fruición al comprobar que el liderazgo que se le presumió hace sólo unos meses, cuando se le consideraba la gran esperanza del socialismo, se está deshaciendo como un azucarillo en el agua. Las posibilidades que barajaba al adelantar las elecciones andaluzas han sido un fiasco. Fue un error de cálculo y ha desarrollado desde entonces una estrategia equivocada que la ha llevado a tres rechazos de la oposición en pleno a ser investida presidenta de la Junta de Andalucía. Esos rechazos le están pasando factura y la carta del victimismo que fue la utilizada en la convocatoria del pleno del pasado día 14 no cubrió sus expectativas. Otra vez le salió mal la jugada. No tanto por el rechazo de la oposición en pleno a que fuera investida, con lo que ya contaba, sino porque ese pleno había sido concebido como un elemento electoral que le permitiera atacar en los primeros días de la actual campaña a toda la oposición, utilizando la línea argumental de que su política iba una vez más contra Andalucía -la candidata repitió en la campaña de las autonómicas el mensaje de que ella es quien encarna Andalucía- y su gobernabilidad. La jugada del victimismo y culpar a la oposición de la situación salió mal porque le explotó en las manos el caso de la mina de Aznalcóllar que, además de ser un golpe en su línea de flotación, la ha obligado a dedicarse a echar balones fuera en lugar de presentarse como víctima de las maldades de la oposición.

A estas alturas, casi perdida la batalla por las primarias del PSOE, no disimula su enfado. Ante las venidas del secretario general de su partido para hacer campaña en Andalucía se ha marchado o ha mostrado una frialdad sin disimulos. Pésima decisión que mantiene abiertas heridas en un PSOE deseoso de que cicatricen cuanto antes.

Susana Díaz será investida presidenta después de las elecciones –quizá con la abstención del PP-, pero la legislatura puede suponerle un calvario político. Una cosa es abrirse paso con la navaja entre los dientes y otra muy diferente ejercer liderazgo. No son tantos quienes tienen madera y temple para serlo y los últimos acontecimientos señalan que la presidenta en funciones de Andalucía no se encuentra entre ellos.

(Publicada en ABC Córdoba el 23 de mayo de 2015 en esta dirección)

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