El bachillerato que se cursaba en los años sesenta del siglo pasado, duraba seis años. Para completarlo habían de superarse dos pruebas, denominadas reválidas. Una al terminar cuarto curso y quienes la aprobaban se convertían en bachilleres elementales, la otra, la llamada reválida de sexto, permitía obtener el título de bachiller. En ese bachillerato se estudiaba en literatura española que, tras la eclosión del romanticismo que en nuestro país iba unido a nombres como el de Larra, Espronceda, Zorrilla o el duque de Rivas, aparecía el llamado realismo y la conocida como novela costumbrista. Esa parte de nuestra literatura decimonónica está ligada a tres nombres: Valera, Pereda y Galdós. Benito Pérez Galdós era canario y fue autor de ese friso literario e histórico de nuestra historia del XIX que son los “Episodios Nacionales” o de “Fortunata y Jacinta” Sus enemigos políticos y literarios, que no eran pocos, le llamaban el garbancero. José María Pereda era santanderino, autor de “Peñas Arriba” o de “Sotileza” y don Juan Valera, el egabrense, nos dejaría novelas como “Pepita Jiménez”, “Doña Luz” o las “Ilusiones del doctor Faustino”.

Hace dos cientos años, en 1824, don Juan nacía en Cabra y se convertiría en uno de los referentes de nuestra novela en el siglo XIX. Tenía amplios conocimientos y una sólida formación de fundamentos clásicos. Hablaba diferentes idiomas, relacionados con su actividad como diplomático, pero también dominaba el griego y el latín clásicos. Se cuenta que formó parte del tribunal en el que don Miguel de Unamuno ganó la catedra de griego de la universidad de Salamanca y, una vez concluidas las pruebas, don Miguel agradeció al tribunal el haber visto en él los méritos que le hacían acreedor a ganar aquella oposición. Fue entonces cuando Valera le dijo: Unamuno, ya tiene usted la cátedra, ahora solo le falta aprender griego. No sé si la anécdota es cierta, pero cuadra bien al carácter de Valera. Fue también un notable historiador, se le encargó concluir la “Historia General de España” de don Modesto Lafuente y un defensor de la novela histórica, que cultivó, dejándonos títulos como “Elisa la malagueña”, ambienta en el siglo III. Polemizó con doña Emilia Pardo Bazán, defendiendo la novela histórica a la que consideraba que permanecería en el tiempo, frente al criterio de la condesa que asociaba la novela histórica al romanticismo y que había de fenecer con la muerte de dicho movimiento literario. Y fue, haciendo gala de su nombre de pila, un don Juan. Un gran amador, como el personaje de Tirso de Molina en “El burlador de Sevilla” o de Zorrilla en “Don Juan Tenorio”. La hija del secretario de Estado norteamericano, Katherine Lee Bayard, con la que, pese a la diferencia de edad, había mantenido una relación amorosa, se suicidó al marcharse Valera de la delegación diplomática de Washington.

Valera fue todo eso y mucho más. En el bicentenario de su nacimiento el Ayuntamiento de Cabra ha preparado un amplio programa en recuerdo del escritor que, en palabras de Menéndez y Pelayo era tan eminente y tan raro que se adelantaba a la cultura de su época. Una acertada decisión porque las sociedades que honran a sus  hijos ilustres, se honran a ellas mismas.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 12 de abril de 2024 en esta dirección)

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