Hoy hace quinientos años que la flota mandada por Fernando de Magallanes zarpaba del sevillano muelle de las mulas. El navegante portugués al servicio de Carlos I, que llevaba poco tiempo en España y se le acumulaban los problemas por su desconocimiento de las costumbres y formas de vida de los españoles, incluida su lengua. Esa flota, integrada por cinco barcos -todo apunta a que se trataba de cuatro naos, la Trinidad, la San Antonio, la Concepción y la Victoria, y una carabela, la Santiago- tenía una triple misión. La primera encontrar un paso que comunicase las aguas del océano Atlántico con las del que entonces se denominaba mar del Sur y que hoy se conoce como océano Pacífico. La segunda, una vez encontrado ese paso que se buscaba en latitudes muy meridionales, abrir una ruta para llegar a las islas de las Especias, conocidas también como la Especiería o el Moluco, donde crecían el clavo, la pimienta y la canela, cuyo valor en los mercados europeos de la época superaba al del oro. La tercera, determinar la posición geográfica de dichas islas, al haber quedado dividido el mundo en dos hemisferios –uno hispano y otro lusitano- por el tratado de Tordesillas, que situaba la línea de separación entre ambos hemisferios a trescientas setenta leguas al oeste de las islas Cabo verde.

La expedición, que iba camino de Sanlúcar de Barrameda para hacer allí aguada y, tras cruzar la temible barra que formaban los aluviones depositados por el Guadalquivir en su desembocadura, salir a mar abierto, no era vista con buenos ojos desde Lisboa. Los marinos portugueses habían abierto una ruta, bordeando el continente africano, para llegar hasta las especias. Una ruta que les había reportado enormes beneficios que, permitían entre otras cosas levantar edificios como la Torre de Belém o el monumental monasterio de los Jerónimos. El rey de Portugal era Manuel I, al que llamaban el Afortunado por ocupar el trono cuando tuvo lugar la expedición de Vasco da Gama, la primera que lograba llegar hasta los mercados orientales de las especias y abrir esa ruta por la que fluía la riqueza a Lisboa. La expedición organizada por Castilla, en virtud de lo acordado en Tordesillas –Carlos I fue muy explícito en la capitulaciones que se firmaron para establecer las condiciones de aquella expedición en la que se navegaría por aguas del hemisferio hispano- fue objeto de las iras de los portugueses. Más aún trataron de abortarla por todos los medios a su alcance y no dudaron en llevar a cabo actos de sabotaje. Por ello, no deja de llamar la atención las iniciativas del actual gobierno portugués, reclamando como propia una expedición financiada, organizada y puesta en marcha por la corona de Castilla.

Aquella expedición no sólo logró encontrar el ansiado paso al mar del Sur, abrir un camino hasta la Especiaría, que no resultó operativo, dada la inmensidad del Pacífico, al ser la Tierra mucho más grande de lo que se creía, y dejó en la duda si las islas que atesoraban tan grandes riquezas estaban en la demarcación portuguesa o hispana. También, incumpliendo las instrucciones de Carlos I, navegó por aguas lusitanas al emprender el regreso la Victoria, la única embarcación que estaba en condiciones de seguir navegando, después de múltiples vicisitudes, mandada por Juan Sebastián Elcano, que llegaría a Sevilla, pese a la oposición portuguesa, en septiembre de 1522, después de haber dado la Primera Vuelta al Mundo.

(Publicada en ABC Córdoba el 10 de agosto de 2019 en esta dirección)

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