Parece una cuestión menor, pero no lo es. Nos referimos a ponerle nombre a una sociedad, una empresa o un establecimiento. A la hora de registrarlo tiene la limitación de existir otra con el mismo nombre. También se busca que la denominación tenga alguna relación con la sociedad, empresa o negocio registrado. Como ocurre en la mayor parte de las parcelas de la actividad humana también en esto de las denominaciones hay modas. Se buscaron nombres sonoros como «La Cruz de Malta» o «La Fontana de Oro», establecimientos madrileños del siglo XVIII o primer tercio del XIX. Conforme avanzó esta última centuria -un tiempo en que a remolque de la oleada de inventos que permitió poner en marcha la Revolución Industrial había una enorme fe en las posibilidades del ser humano- los nombres que estaban en boga eran los que de alguna forma conectaban con esa fe. Era frecuente rotular un negocio o un comercio con nombres como «El Porvenir», «La Confianza» o «La Esperanza». La otra fórmula más utilizada era la de rotular el establecimiento con el nombre del propietario al que se añadía con frecuencia el aditamento de «e hijos» cuando los vástagos del dueño inicial del establecimiento se incorporaban al negocio familiar. Era la forma de mostrar su continuidad. También ya surgieron nombres como Lhardy, al parecer tomado del famoso café parisino «Hardy», situado en el Boulevard de los Italianos, donde había trabajado su dueño, don Emilio Huguenin que terminaría llamándose don Emilio Lhardy.

Más tarde, bien entrado ya el siglo XX, esas expresiones fueron consideradas arcaicas y se buscó modernizar la rotulación de los establecimientos con nombres que podían resultar un tanto exóticos. Eran el resultado de combinar dos silabas, por lo general las iniciales de los nombres o los apellidos del dueño o la pareja de socios unidos por la conjunción copulativa «y». Fue la época de nombres como «Maryga» (Martín y Gallego), «Galyfer» (Gálvez y Fernández) o «Peysa» (Pepe y Salvador). A veces el resultado era verdaderamente llamativo como es el caso de «Injupisa» y en alguna ocasión poco atractivo. Fue también frecuente, por lo general cuando la cifra de socios era numerosa y no resultaba conveniente una combinación de tantas sílabas porque el resultado sería excesivamente largo que se acudiera, por ejemplo, a una sílaba que diera alguna referencia a la localización geográfica de la empresa. En Lucena es frecuente ver denominaciones terminadas en «luc», en Cabra utilizar el «Ega» inicial del patronímico «egabrense» o en Córdoba «Cor» como sílaba inicial o terminal.

La anglofilia -considerada por algunos como un signo de modernidad- ha llevado a que las denominaciones abandonen el español y opten por nombres ingleses. Es lo que ocurre con mucha frecuencia con los lugares de copas y otros establecimientos del ramo de la hostelería y no nos referimos a los Mcdonald´s. Son frecuentes nombres como «Bishop», «The Golden Lion», «Tree Oaks» o «The Cathedral». En esa misma línea se sitúa la utilización del genitivo sajón para algunas rotulaciones como el de la cadena de peluquerías Spejo´s o establecimientos como Aniceto´s.

Otra realidad es la vivida en Cataluña con la llamada inmersión lingüística. No se ha cerrado al paso a las rotulaciones en inglés, quizá para universalizar el «Catalonia is not Spain» y porque uno de sus objetivos con penas pecuniarias incluidas, según el planteamiento orquestado por Pujol e hijos, la Madre Superiora o Mas y Cía, era desterrar el español, que allí llaman castellano.

(Publicada en ABC Córdoba el 24 de febrero de 2018 en esta dirección)

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