Tanto las conversiones de nigerianas a cargo de Boko Haram como las de los moriscos fueron impuestas, si bien median entre ambas 500 años de diferencia.
BOKO Haram, es un grupo terrorista de fundamentalistas islámicos, ligado a la doctrina de Al Quaeda y cuyo nombre se traduciría por algo similar a «la educación occidental es pecado», domina amplias zonas del norte de Nigeria. En ellas ha implantado la saróa como guía fundamental que regula sus formas de vida. Una de sus últimas actuaciones han sido los secuestros de más de dos centenares de jóvenes nigerianas de religión cristiana. Los testimonios de las que han logrado huir hablan de violencia, maltrato y violaciones continuas de las jóvenes. Las que no han podido escapar han sido mostradas en un video, donde puede verse a un grupo de ellas, con la cabeza cubierta por el velo islámico, recitando versículos del Corán que contienen alabanzas a Alá. Según sus secuestradores se han convertido al islam y abandonado las prácticas infieles. Su conversión recuerda a la de los moriscos de nuestro país cuando, en los primeros años del siglo XVI, se les puso en la disyuntiva de marcharse del reino o bautizarse. La mayoría se convirtió, ante la amenaza de ser expulsados de los dominios de los Reyes Católicos. Felipe Bigarny nos dejó un testimonio artístico de impagable valor histórico sobre dicho acontecimiento en el retablo de la Capilla Real de Granada. Los sacerdotes bautizan a moriscos y moriscas, por supuesto separados para dejar clara la separación de sexos que imponía la iglesia católica entonces y hasta tiempos muy recientes.
Las dos conversiones tienen algo en común: han sido impuestas por la fuerza a los conversos. Más allá de las diferencias debidas a lo que podíamos denominar tecnología de la época —un relieve escultórico y un video— hay una diferencia sustancial entre conversiones de los moriscos y las de las jóvenes nigerianas secuestradas. La de los moriscos tuvieron lugar hace más quinientos años, aunque algunos en un ejercicio de presentismo histórico absurdo pretenden analizarlas y juzgarlas con la mentalidad de nuestro tiempo, mientras que las de las jóvenes cristianas nigerianas son de antes de ayer.
Quienes impusieron las conversiones a los moriscos eran cristianos que respondían a los criterios de la Iglesia Católica de su tiempo. Una iglesia que, en muchas ocasiones y sólo a trancas y barrancas, ha ido abandonado unas posiciones muy parecidas a las que hoy exhiben los fundamentalistas de Boko Haram o que dan lugar a que en Siria se crucifique a cristianos por parte de otros grupos de fundamentalistas islámicos. Boko Haram pretende, utilizar a las muchachas, después de convertirlas y utilizarlas como moneda de cambio en un chantaje impresentable.
Quinientos años separan a esas conversiones forzadas, unas al cristianismo otras al islamismo. Esos quinientos años marcan importantes diferencias que deberían hacernos reflexionar sobre determinadas situaciones que se están viviendo en el presente sobre libertades de culto. Más allá de planteamientos religiosos o de formar parte de culturas distintas y de formas muy diferentes de entender la vida que, en modo alguno, significan la superioridad de uno sobre otro como los occidentales han pretendido durante siglos —los fanatismos son detestables donde quiera que se hagan presentes—, algunos deberían reflexionar cuando piden ciertas cosas.
(Publicada en ABC Córdoba el 17 de mayo de 2014 en esta dirección)