De la mano del cordobés Juan Ojeda, la institución cumple la función para la que surgió en los años 20 del siglo pasado

En los años veinte del siglo pasado el multimillonario Emile Deutsch de la Meurthe donaba diez millones de francos para la construcción de una ciudad jardín que permitiera a estudiantes de diferentes nacionalidades trabajar juntos y convivir en París. Estaba recién firmada la paz de Versalles que había puesto término a la Primera Guerra Mundial, que entonces se conocía como la «Gran Guerra» o «Guerra del Catorce». Era aquel un tiempo en que, tras los sufrimientos vividos en terribles batallas como la que se había librado en Verdún, soplaban vientos de concordia, aunque la paz que se había firmado llevaba la semilla de la revancha y los deseos de desquite para una Alemania que, además de vencida, había sido humillada. Iniciativas como la de Deustch de la Meurthe hacían alumbrar esperanzas en un tiempo de tensiones. Un tiempo en que si Hemingway publicaba «Adiós a las armas», en Italia Mussolini y sus camisas negras se hacían con el poder, en Alemania se incubaba el nazismo y Stalin se convertía en el «zar» de todas las Rusias.

La idea de Deustch de la Meurthe llevó al gobierno francés de la época a establecer contactos necesarios para dar cuerpo a aquella iniciativa. Así surgió lo que hoy es la Cité Internationale Universitaire de Paris. España, al igual que Estados Unidos, Bélgica, Gran Bretaña, Japón y muchos otros países, impulsó la construcción de un centro para que nuestros estudiantes completaran su formación académica y convivieran con los de otros países. Alfonso XIII, el duque de Alba y el entonces embajador de España en París, José María Quiñones de León impulsaron el proyecto y el propio rey fue quien escogió los terrenos que se le ofrecían para levantar el colegio. En 1927 el monarca firmaba el Real Decreto que suponía el nacimiento del Colegio de España, al que Salvador de Madariaga daría el impulso definitivo para que en 1934 acogiera los primeros estudiantes. El Colegio tiene ya una larga andadura. No es esa una cuestión baladí en un país tan iconoclasta como el nuestro, sobre todo si tenemos en cuenta que surgió de una decisión de la Monarquía, fue puesto en marcha por la República, durante el franquismo vivió situaciones complicadas —asaltado durante el mayo francés del 68 y en parte destruido por un extraño incendio que lo mantuvo cerrado veinte años—, pero fue ampliado en sus instalaciones, y finalmente fue restaurado y nuevamente abierto por la Monarquía en el año 1987.

Hoy, veinticinco años después de su reinauguración, de la mano de su actual director, el cordobés Juan Ojeda Sanz, cumple la función para la que surgió en los años veinte del siglo pasado. En sus dependencias se celebran actividades académicas semanales, estudiantes y artistas españoles encuentran un lugar confortable donde alojarse y poder convivir con estudiantes y artistas de otros países. Forman parte de esa juventud que da un tono, entre académico y bohemio, a medio camino entre lo creativo y lo despreocupado, al boulevard Jourdan. Allí, cada año, centenar y medio de jóvenes españoles, han hecho que la fama de «conventual», que en otro tiempo tuvo el Colegio —había prohibición expresa de que las féminas pusiesen en él sus pies—, sea sólo un recuerdo. Un jalón de su densa historia.

(Publicada en ABC Córdoba el 15 de junio de 2013 en esta dirección)

Deje un comentario