Colecor -entiéndase el lugar que ocupó aquella cooperativa y sus naves- pasó en los inicios del siglo XXI, de la mano del mencionado constructor, de ser símbolo de modernidad a convertirse en referente de la ilegalidad y del chanchullo sobre el que han corrido ríos de tinta. Ha habido amenazas, tejemanejes, acusaciones, búsqueda de culpables, intentos de soluciones para evitar mayores escándalos, multas impagadas de cuantías que impresionan, recursos de la Junta de Andalucía contra las actuaciones del Ayuntamiento cordobés, sentencias judiciales… Hoy el nombre de Colecor, una de las referencias de la modernidad cordobesa de otro tiempo, es sinónimo de esperpento que diría don Ramón María del Valle-Inclán o culebrón en palabra de cualquier tertuliano de hoy. El último episodio, por ahora, se vivió en el pasado pleno municipal con la aprobación de un plan especial -la Junta de Andalucía ya recurrió otro plan especial aprobado por el gobierno municipal presidido por Rosa Aguilar y la Justicia aprobó el recurso de la Junta-, que contempla la legalización de lo ilegal, el derribo del veinticinco por ciento de lo construido y se dejan en el aire otras posibilidades. Se aprobó por unanimidad de la Corporación con la ausencia del constructor -hoy edil y contestado jefe de filas de UCOR-, que anunció su tajante negativa a pagar la multa de 24,6 millones, impuesta por el Ayuntamiento, que sigue pesando sobre la ilegalidad que cometió. Lo curioso es que en el Pleno donde se trató el citado Plan, no hubo debate, se aprobó con un asentimiento silencioso que nos hace recordar los versos finales del soneto que Cervantes dedicó al túmulo de Felipe II en que un soldado, ante la magnitud del suceso, termina calándose el chapeo, requiriendo la espada, mirando de soslayo… para irse y no haber nada.
(Publicada en ABC Córdoba el 15 de diciembre de 2012 en esta dirección)