Es triste, muy triste. Pero es real. Real como no era lo que se pregonaba en algunos ambientes catalanes en el sentido de no ser queridos por los demás españoles. Había una queja recurrente. Los catalanes han tenido, como todos los naturales de España, que soportar los tópicos con que de forma burda algunos retratan a las gentes de esta tierra. Su tópico es el de peseteros o de tener escaso sentido del humor. Un tópico tan grande como quienes identifican a los andaluces como vagos -muchos catalanes lo creen firmemente y algunos como el ex molt honorable Pujol y Soley lo decían sin tapujos, lo de la vagancia y cosas ciertamente más graves-. El tópico de los aragoneses es de cabezotas o el de los vascos, brutos. Tópicos que, pese a ser una perniciosa mentira, para algunos toman carta de naturaleza, como si fueran la verdadera seña de identidad. Se quejaban de no ser queridos, pero el Barcelona CF era un equipo con muchos, muchísimos seguidores en cualquier parte de España y no debemos olvidar la importancia que se le ha dado al futbol. Siempre se ha alabado su laboriosidad o ese sentido de la mesura que en Cataluña se llama el seny -moderación y saber estar-, pero que hoy ha sido, en buena medida sustituido por la rauxa -la cólera y la radicalidad-. También su formalidad para los tratos.

Pero hoy, desgraciadamente, algo está cambiando. El “España nos roba”, lema utilizado profusamente en otro tiempo, antes de que se descubriera el pastel de los Pujol y los Ferrusola o que lo del tres por ciento pasase de ser una sospecha a una evidencia-, sentaba mal. A ello se han ido sumando otras injurias en cuyo fondo había un desprecio  por lo que podían ser elementos simbólicos en España, como era el caso de las corridas de toros. Fueron suprimidas en Cataluña no tanto por la defensa de los animales, cuanto por lo que tenían de fiesta de fuerte raigambre española. La prueba está que el maltrato que sufren los toros en los llamados corre bous no ha sido obstáculo para que esos festejos sigan celebrándose -por cierto, con el silencio absoluto de los defensores de los animales- en muchas comarcas de Cataluña, sin el menor problema. No eran pocos los que se daban un aire de superioridad y cuando en un país extranjero se les señalaba como españoles -he sido testigo- se molestaban, como si hubieran sido injuriados, y corregían diciendo que eran catalanes.

Está ocurriendo en España algo inverso a lo que ha traído el adoctrinamiento educativo a que han sido sometidas varias generaciones de catalanes: una hispanofobia que hoy forma parte de  su genética identitaria. En muchos ambientes se palpa una creciente catalanofobia que es tan real como irreal era la queja de los que años atrás decían no sentirse queridos.

Esta catalanofobia no ha sido consecuencia de un adoctrinamiento educativo, sino una reacción de quienes se sienten ultrajados al ver como se silba su himno en una competición deportiva o se veja a su bandera. Esta creciente y real catalanofobia no es buena y puede llegar a ser peligrosa. Tanto o más como ha demostrado serlo la hispanofobia de una parte de la sociedad catalana que nos quiere arrastrar, con sus convocatorias tramposas y fullerías contables, no se sabe muy bien adonde. Nos tememos, a buen seguro, que a lugar  no deseado.

(Publicada en ABC Córdoba el 7 de octubre de 2017 en esta dirección)

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