Mucho más perniciosa se nos antoja la caducidad de los principios morales y los valores éticos, sustituidos por el disfrute del presente, la inmediatez y las visiones a corto plazo. La temporalidad ha impregnado los valores en que se asienta nuestra sociedad. El matrimonio -más allá de la necesaria existencia del divorcio- es concebido muy frecuentemente como algo temporal, como un contrato con fecha de caducidad. Las expectativas de un futuro en cambio constante han hecho que la vida laboral esté presidida por la temporalidad, lo que provoca una incertidumbre vital en una legión de hombres y mujeres. Lo que nos deparará un mañana, donde todo es versátil, ha conducido a nuestra sociedad a que el carpe diem se haya instalado en nuestras vidas y sólo el presente concite nuestro interés. Me temo que con tales planteamientos el futuro no ofrezca perspectivas halagüeñas y que nuestra civilización, la occidental, haya entrado en una fase peligrosa. En cualquier caso, pese a la fugacidad que rige nuestras vidas, no estaría de más cimentar algunas perspectivas de futuro en estos días que, como todos los comienzos de año, son propicios a proyectos y buenos propósitos.

(Publicada en ABC Córdoba el 5 de enero de 2013 en esta dirección)

 

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