Con la construcción del Estado liberal decimonónico y con los ayuntamientos constitucionales se bautizaron las calles con nombres de los conocidos como espadones. Aparecieron en muchos lugares dedicadas a Narváez, O’Donnell, Prim, Serrano… También a políticos como Bravo Murillo, Cánovas del Castillo, Sagasta, Canalejas, Maura o Dato. A ello se sumaban nombres de políticos locales de relieve y, como na había calles suficientes, desaparecieron muchos de los nombres populares.
En Cabra la calle de los Álamos, pasó a ser Martín Belda, En Priego se bautizó con el nombre de Niceto Alcalá Zamora una de sus principales vías y en Córdoba se dedicaba una calle al que fuera presidente del Consejo de Ministros José Sánchez Guerra. En Lucena se dedicaba una a Canalejas que ha conservado el nombre hasta nuestros días. El problema era que Prim, por ejemplo, era agasajado por los progresistas, pero concitaba rechazo entre los conservadores. Lo contrario de lo que le ocurría a Narváez. Así comenzó un baile de rotulaciones.
Pero con frecuencia le denominación popular continuaba siendo la utilizada y los nuevos nombres no acababan de cuajar. Durante la Segunda República se dedicaron calles a políticos del momento: Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Largo Caballero, Martínez Barrios… Nombres que desaparecieron del callejero con el final de la Guerra Civil al ser sustituidos por una nomenclatura ligada al bando vencedor: Avenidas y plazas del Generalísimo Franco, a José Antonio Primo de Rivera, a los Alféreces Provisionales, a Italia, a Alemania y a toda una pléyade de militares franquistas: Varela, Moscardó, Queipo de Llano… La llegada de la Transición hizo que desaparecieran algunos de esos nombres y se dedicaron calles a escritores y artistas como Antonio Machado, Federico García Lorca o Picasso. También a algunos políticos denostados durante la dictadura.
Con la aprobación de la llamada Ley de Memoria Histórica se han impuesto criterios estrictos de rechazo a la dictadura, que han llevado a situaciones de esperpento dignas de Valle-Inclán, como quitar el nombre a Gravina, a Churruca o a Cervera. En Córdoba el asunto del callejero ha llegado en algún caso a los juzgados porque el celo en aplicar la ley fue mucho más allá de lo debido. Se buscó borrar la plaza dedicada a Cañero, quien había cedido los terrenos para las viviendas de la popular barriada, eliminar el nombre de un alcalde como Cruz-Conde o quitárselo al conde de Vallellano que dotó a Córdoba de las infraestructuras que permitieron que el agua llegase a muchos hogares. El callejero ha pasado, con el transcurso del tiempo, de ser la forma de poder determinar la ubicación de una calle o una plaza a ser esgrimido como arma de planteamientos ideológicos. Una verdadera pena.
(Publicada en ABC Córdoba el 8 de mayo de 2021 en esta dirección)