Las elecciones municipales de mayo de 2015 nos depararon un cambio en el Ayuntamiento de Córdoba. El PP volvió a ganar las elecciones, pero sufriendo un serio correctivo. Las urnas dejaron su mayoría absoluta reducida a once actas y a merced de lo que ha dado en llamarse «una coalición de perdedores». Una coalición que permitió, contra todo pronóstico, que los socialistas, por primera vez desde las elecciones de 1979, consiguieran la alcaldía, pese a contar con sólo siete concejales que suponen algo menos de la cuarta parte de los asientos edilicios. El nuevo gobierno municipal sólo fue posible con el apoyo externo de Ganemos Córdoba —la marca blanca de los podemitas locales— y la coalición de los socialistas con los restos de una Izquierda Unida, antaño poderosa electoralmente hablando, y al presente reducida a cuatro concejales de los veintinueve de la corporación municipal; un resultado que no es precisamente para tirar cohetes.
El año vivido en Córdoba desde la perspectiva municipal no ha sido precisamente de luces. No es que algunas sombras hagan perder brillo a las luces. Ha sido un tiempo sombrío en lo que a gestión se refiere. Se vivieron unos primeros meses de desconcierto provocado por la necesidad de improvisar un programa con un mínimo de realismo, que se alejaba de las promesas de campaña. Era la consecuencia del desconocimiento que abocaba a la improvisación porque el día a día en la gestión de un ayuntamiento queda muy lejos de la actividad que se despliega en la delegación de una consejería de la Junta de Andalucía, que era a lo que se reducía la experiencia gubernativa de los nuevos munícipes con mando en plaza, amén de qué alguna concejal tenía una trayectoria —bastante discutible— al frente de una ONG.
El salto era mortal y sin red.
Los primeros meses se fueron en desaires y decisiones que, supuestamente, buscaban contentar a su propia parroquia: inasistencia a actos de relevancia en la ciudad —lo contrario de lo que en su día hiciera Rosa Aguilar que siempre supo sacar provecho de ellos—, acuerdos municipales que, en el caso de los socialistas rompían lo defendido por su partido en el conjunto de España y que llegaron a cuestionar el reconocimiento a las víctimas de los atentados del Estado Islámico en París, planteamientos marcadamente antitaurinos en una ciudad que es una de las cunas de la tauromaquia, paralización de proyectos, sin duda interesantes para la ciudad y las personas que la habitan, como es el metrotrén, dudas acerca del destino del Pósito en la Corredera, rechazo a posibilidades inversoras en Rabanales y bronca mayor a cuenta de Cosmos, la cementera cordobesa que genera varios cientos de empleos en la ciudad. A ello se han sumado los conflictos en los horarios y la apertura de los museos y edificios históricos municipales en fechas importantes para las visitas turísticas o una subida de impuestos, cuando el Índice de Precios al Consumo presenta porcentajes negativos. Muchas sombras en una gestión donde apenas se ve la luz porque hasta cuándo se ha tratado de rematar obras emprendidas por la anterior corporación, los problemas han acompañado a su ejecución, como en el caso de la plaza de Agustín.
Quizá todo ello explique por qué la alcaldesa ha pasado de puntillas en el momento de hacer balance de este primer año que ha sido prácticamente perdido para una Córdoba muy necesitada del empuje de su administración local.
(Publicada en ABC Córdoba el 22 de junio de 2016 en esta dirección)