Al hablar de «memorias» nos referimos a personajes de cierta talla y cuya trayectoria vital les haya hecho participar en acontecimientos relevantes. Quedan, pues, descartadas las «memorias» con que frecuentemente nos obsequian las gentes de la farándula, personajillos protagonistas de ciertas vivencias, en muchas ocasiones fantasiosas, en las que por regla general dan relevancia a lo escabroso. Nos ceñimos, pues, a las «memorias» referidas al relato de acontecimientos particulares, que se escriben para explicar la historia de la que sus autores son protagonistas y cuyos entresijos, vedados al conocimiento público durante un tiempo, salen a la luz. Como decíamos más arriba, en España los protagonistas, en mayor o menor medida de su historia, no han sido proclives a contarnos esos entresijos. Hay quien sostiene que la razón se encuentra en que es mucho lo que hay que ocultar; opinión que no comparto porque en las «memorias» se cuenta lo que se quiere y queda en el tintero lo que no se desea que salga a la luz pública. También pienso que las «memorias» -sin duda un valioso instrumento para acercarse al conocimiento del pasado- hay que leerlas como lo que son: la visión personal de quien ha estado presente en el decurso de lo que nos cuenta. Es decir, un texto subjetivo que, en ocasiones, puede faltar a la verdad para que el autor, que se retrata a sí mismo en esa especie de autobiografía parcial, salga bien parado y su posición justificada en los lances donde ha intervenido.
Las «memorias» pueden tener éxito -me refiero al editorial- cuando el autor las publica en vida. Luego dejan de interesar, salvo como fuente de información histórica que ha de utilizarse con sumo cuidado. José Manuel Lara, el creador de la editorial Planeta, siempre se refirió al monumental fracaso de las memorias de Svetlana Stalin -hija del dictador soviético-, que publicó bajo el título de «Veinte cartas a un amigo» y por cuyos derechos pagó una pasta.
Posiblemente nunca haya «memorias» de Adolfo Suárez, personaje clave para entender la historia de España del último cuarto del siglo XX. Ignoramos si Felipe González no obsequiará con las suyas, pieza también fundamental de dicho periodo histórico. Serían sabrosas por muchas y variadas razones, si las hubiera escrito -cosa que dudamos- las «memorias» de don Juan Carlos, pero los reyes no suelen escribir memorias. Quien ya nos ha obsequiado con las suyas, para que el tiempo no corra en demasía, ha sido José María Aznar, cuyos desbarres -sólo me refiero a los cometidos tras su paso por la presidencia del gobierno- han sido clamorosos. Tenemos un ejemplo en sus lamentables afirmaciones en torno a la bebida y la conducción. Tuvo otro en la presentación de las «memorias», al afirmar: «los nacionalistas, en líneas generales, son malos gobernantes». No recordó que hablaba catalán en privado para halagar a los nacionalistas catalanes o que llegó a denominar a ETA como «movimiento de liberación nacional vasco» cuando necesitaba el apoyo de los nacionalistas vascos para gobernar. Mala cosa ser tan desmemoriado en la presentación de sus «memorias».
(Publicada en ABC Córdoba el 1 de diciembre de 2012 en esta dirección)