Es para no creérselo. Me refiero a las palabras de la delegada de Educación de la Junta de Andalucía, Esther Ruiz en su visita al Centro de Educación Infantil y Primaria «Teresa Comino» de Villafranca para decir que se ha puesto un toldo para proteger del sol a los escolares en uno de los patios del colegio. En su boca se ha cubierto el patio «mediante arquitectura textil de última generación de (sic) [para proteger] espacios dedicados al recreo del alumnado». Lo de «arquitectura textil de última generación» es impagable. No es que la arquitectura textil, vulgo toldos, suponga una novedad. Ha tenido a lo largo de los siglos numerosas manifestaciones. Así, por ejemplo, los indios —me refiero a los pieles rojas prácticamente exterminados por los antepasados que quienes tachan a Cristóbal Colón de asesino xenófobo— tuvieron sus tipis para protegerse del calor veraniego y del frío invernal en las extensas paraderas de Norteamérica donde pastaban las grandes manadas de bisontes —también exterminadas— y siguieron utilizándolo como vivienda en las décadas en que se estaban construyendo —fue cuando los exterminaron, a los indios y a los bisontes— lo que hoy se conoce como los Estados Unidos de Norteamérica. Aunque gran parte de los tipis indios estaban construidos con las pieles de los bisontes exterminados, como Hollywood no podía recrearlos en su pureza original nos presentaron tipis de lona convenientemente decorados con dibujos relativos a manitú. Podemos, pues, considerarlos como arquitectura textil. También entran dentro de dicha arquitectura las tiendas de campaña, confeccionadas con lona —ignoramos si aquellas eran de última generación—, en las que se cobijaban los exploradores, los geógrafos, los botánicos, los entomólogos y los científicos en general cuando, en diferentes regiones del planeta, realizaban sus trabajos de campo. Podíamos incluso considerar arquitectura textil los toldos con que se protegen, principalmente de la solanera, los arqueólogos que se empeñan en sacar a la luz los tesoros ocultos del mundo de los faraones en el antiguo Egipto. Pero tipis, tiendas, y los toldos tienen su propio nombre, como el que han colocado en el patio del colegio de Villafranca para que los escolares estén protegidos de los rigores de la canícula cuando salen a jugar en el tiempo del recreo.
Todas estas zarandajas de «arquitectura textil de última generación», suponemos que forma parte del lenguaje que impulsa la adaptación de los centros escolares dependientes de la Junta de Andalucía y a la que en fecha reciente se ha sumado la alcaldesa de Córdoba, olvidándose por completo de los aires acondicionados. Toldos y arboledas serán los instrumentos para combatir los efectos del calor. Desde luego resultan mucho más ecológicos. Nada de perniciosos artefactos eléctricos que hacen ruido, aunque los de última generación suelen ser bastante silenciosos y consumen poco, y que si son alimentados con energías no renovables colaboran a la contaminación del planeta. La tercera modernización, impulsada por los calores que con mayor duración cada año que pasa se enfrentan los escolares andaluces, tiene su base en la industria textil. La misma que bajo mandato socialista desapareció de Andalucía —la malagueña Intelhorce, que con el nombre de Hitemasa (Hilatura Textil Malagueña) fue liquidada y cerrada en 2004, y la sevillana Hytasa (Hilaturas y Tejidos Andaluces) son buena prueba de ello— hace pocas décadas.
Ahora la modernización con que se prevé adaptar los centros escolares para combatir los rigores del calor es la de los toldos, pero de última generación.
(Publicada en ABC Córdoba el 4 de octubre de 2017 en esta dirección)