He sostenido alguna vez desde las líneas de esta columna que la cultura española es una de las tres grandes culturas occidentales que revisten carácter universal. Son la nuestra, la anglosajona y la francesa. Eso supone poseer un acervo cultural de una entidad tal que convierte cualquier año, en un año de conmemoraciones. En muchos de ellos esas conmemoraciones se acumulan, como ocurre con el año en que nos encontramos.

Este año se celebra el IV centenario de la aparición de la segunda parte de nuestra novela más universal:”El ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha”. Cervantes lo escribió como respuesta al llamado Quijote de Avellaneda, que había aparecido tras el gran éxito de la novela cervantina. Esos avatares hicieron que el Quijote publicado en 1605 acabara convirtiéndose en la primera parte de una obra, algo que su autor no tenía previsto. En gran medida, Cervantes se vio obligado por las mencionadas circunstancias a completarla con una segunda entrega, la que vería la luz en 1615, hace cuatrocientos años. Sería una excelente noticia que el éxito acompañase el equipo de arqueólogos que busca afanosamente su tumba en la madrileña iglesia de las Trinitarias donde fue enterrado, en abril de 1622, siendo persona de éxito reconocido, pero escasa de recursos. Como lo sería que, para el año próximo, en que se cumplirían cuatrocientos años de su muerte, acaecida en 1616, el llamado príncipe de las letras españolas tuviera erigido un monumento funerario, aunque se tratara de un cenotafio. Sería de justicia, además de un atractivo más para visitar Madrid.

Otra de las grandes efemérides de este año es la referida al nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada que, al ser elevada a los altares por la Iglesia, es conocida universalmente como Santa Teresa de Jesús. Además de una de las pocas doctoras de la iglesia católica -además de Santa Teresa, sólo lo son Catalina de Siena, Teresita de Lisieux e Hildegarda de Bingen-, fue fundadora del carmelo descalzo y una de las cumbres de nuestra literatura del Siglo de Oro en lo que a escritura mística se refiere. Nació hace quinientos años, en 1515, en Ávila. También aquel año se produjo un acontecimiento luctuoso. El que nos lleva a recordar a uno de los cordobeses más insignes de todos los tiempos. Nos referimos a Gonzalo Fernández de Córdoba, que pasaría a la posteridad con el nombre del Gran Capitán, el mismo con que lo aclamaron sus propios soldados en el campo de batalla de Atella. Gonzalo Fernández de Córdoba, que había nacido en Montilla el primer día de septiembre de 1453, moría en Granada el 2 de diciembre de 1515.

Escritores como Miguel de Cervantes, santas como Teresa de Ávila, militares como Gonzalo Fernández de Córdoba… son los que conforman el sustrato común del que nosotros somos herederos. Fueron hombres y mujeres como ellos quienes a lo largo de los siglos dieron soporte a la civilización, a la cultura y a la forma de vida que hoy es reconocida como la que nos es propia. Recordarlos no sólo es obligado, también es un orgullo, al menos para quienes se sienten herederos de esa civilización, que tiene sus sombras, pero que gracias a ellos es luminosa.

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