Hay una historia de siglos cuando se habla de olivos milenarios en Andalucía, como recogía ACB hace días. El monte Dei Cocci, conocido también como el monte Testaccio, por encontrarse en el barrio romano de ese nombre, es un referente arqueológico que nos habla de esa realidad histórica.
Se trata de una colina artificial que se configuró en los primeros siglos de nuestra era con las ánforas que llegaban a su puerto. Eran depositadas en aquel lugar, cercano a dicho puerto, una vez que se las había vaciado su contenido. Su altura en la actualidad es de unos treinta y cinco metros y quedaba dentro del perímetro urbano protegido por la muralla Aureliana y, según los cálculos realizados, está formada por los restos de unos cincuenta y tres millones de ánforas en la que llegaba a Roma vino y sobre todo aceite —ánforas olearias— procedente de diferentes partes del imperio para abastecer a la población de la ciudad que, en su momento de mayor extensión, debió albergar en torno a un millón de habitantes.
Lo que nos interesa es que en la mayor parte de esas ánforas —se ha calculado que, en torno a un ochenta por ciento, identificadas por las marcas de fabricación de los alfares de procedencia— se transportaba aceite que procedía de la Bética.
Buena parte del aceite de los olivares andaluces de entonces se llevaba hasta las riberas del Guadalquivir —entonces sus aguas eran navegables mucho más arriba de Sevilla— y allí se embarcaba con destino a la capital del imperio, adonde llegaba por vía marítima. Eso es lo que nos cuenta, de forma brillante, Jesús Maeso de la Torre en su novela histórica ‘Oleum. El aceite de los dioses’. En sus páginas se cuenta como Ezra ben Fazael Eleazar —rebautizado como Jasón de Séforis—, experto en la elaboración de aceites, por una serie de circunstancias, acabará dirigiendo una gran explotación olivarera en tierras de Corduba, propiedad de la familia de Lucio Anneo Séneca. La acción transcurre en el siglo I y Jasón de Séforis habrá de hacer rentable el olivar y descubrir por qué parte del aceite se pierde y no llega a su destino.
La construcción de una carretera en el término municipal de Priego ha sacado a la luz los impresionantes restos arqueológicos de lo que fue gran una almazara que forma, al parecer, parte de un complejo mucho mayor donde se realizaban otras actividades. No sabemos si el preciado líquido que salía de sus trujales llegaría a Roma por la vía del Guadalquivir en ánforas de las que hoy forman el monte Testaccio o si esa almazara sería en la que se molturaban las aceitunas de la propiedad de los Séneca y su aceite era el que, en parte, se perdía. En cualquier caso, lo que revelan las excavaciones realizadas hasta este momento es que el aceite de Priego, considerado —los premios obtenidos, año tras año, en los más importantes foros de evaluación de calidad oleícola así lo dictaminan— uno de los mejores del mundo en diferentes variedades, tiene raíces muy profundas y una historia que se remonta muchos siglos. Todo un orgullo para quienes mantienen viva una actividad que es santo y seña de nuestra tierra.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 20 de enero de 2023 en esta dirección)