En cualquier otro país la figura de Blas de Lezo sería conocida por todos sus naturales y tendría dedicado un lugar emblemático.

EL 18 de este mes se inaugura en el Museo Naval de Madrid una exposición bajo el título de «Blas de Lezo: el valor de Mediohombre». La exposición forma parte de un modesto programa donde se impartirán una serie de talleres infantiles para dar a conocer entre los niños la figura del almirante y se dictará una conferencia. La exposición sólo estará abierta diez días, hasta el 29 de septiembre y, pese a la modestia de los actos programados, merece un vivo reconocimiento para los organizadores. Va siendo hora —no lo digo por la armada española que siempre mantuvo presente la figura del ilustre marino de Pasajes dando su nombre a alguno de sus buques— de hacer justicia a quien fue uno de nuestros más grandes marinos. Lezo fue quien, entre otras cosas, ajustó cuentas con los ingleses, allá por el año 1741, en Cartagena de Indias. Infligió a la Royal Navy, mandada por el almirante Vernon —todo un ejemplo de arrogancia y también de ineptitud—, una derrota tan severa que los británicos han guardado un astuto silencio de dicha batalla, amén de que recogieron a toda prisa las monedas que habían acuñado para conmemorar la conquista, que nunca lograron, de tan importante plaza en el sistema defensivo del imperio hispánico.

Algunos mal pensados estarán convencidos de que este modesto homenaje estará relacionado con las tensiones que se viven en Gibraltar a cuenta de los bloques de hormigón con púas que por orden de Fabián Picardo han arrojado a los caladeros donde faenan los pescadores de la bahía de Algeciras. Señalemos que estas jornadas estaban previstas con antelación y que sólo suponen un merecido reconocimiento a quien venció con media docena de barcos y menos de tres mil hombres a una flota de ciento ochenta buques y cerca de 25.000 hombres, también por su significado de autoestima en un momento de tensiones con la «pérfida Albión».

En cualquier otro país la figura de Blas de Lezo sería conocida por todos sus naturales. Tendría dedicado alguno de sus lugares más emblemáticos o coronaría una columna de varias docenas de metros de altura en un lugar muy concurrido de la capital de ese país. Como ocurre, por ejemplo con el duque de Vendôme, victorioso general que mandó en numerosas ocasiones los ejércitos de Luis XIV, que da su nombre a una de las más glamurosas plazas parisinas. En Londres la efigie del almirante Horacio Nelson, pese a severa derrota que sufrió en aguas de Tenerife a manos de otro ilustre militar español, el general Antonio Gutiérrez de Otero y Santayana, domina Trafalgar Square instalado sobre una gigantesca columna.

Blas de Lezo y Olavarrieta —conocido por sus contemporáneos como «Mediohombre», por haber quedado manco, cojo y tuerto a consecuencia de las heridas en diferentes acciones militares— carece de una plaza emblemática como la de Vendôme en París y tampoco tiene una columna en Madrid equiparable a la de Nelson en Londres. Por eso, bienvenidas sean estas modestas jornadas porque, como dice el refranero: a falta de pan, buenas son tortas. Lo que no supone dejar la columna en el olvido. Una buena ocasión para dedicársela sería 2020 en el Madrid que ojalá organice los Juegos Olímpicos de ese año.

(Publicada en ABC Córdoba el 4 de septiembre de 2013 en esta dirección)

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