Hace un año, votábamos en unas elecciones generales, llamados por Sánchez, sorpresivamente, a las urnas. Lo hizo tras el terrible varapalo sufrido el último domingo de mayo anterior en que perdió ayuntamientos, alcaldías y comunidades autónomas. El Partido Popular se quedaba, por ejemplo, con todas las capitales de provincia en Andalucía, desalojando, incluso de Sevilla, a un PSOE que ya había perdido la Junta y, según las encuestas, sigue sin levantar cabeza en estas tierras donde fue hegemónico durante décadas. Cuando el pueblo, según decían los socialistas, era sabio y no se equivocaba cuando iba a las urnas. Ahora ha perdido esa sabiduría de la que blasonaban.
Sánchez perdió esas elecciones generales, donde el Partido Popular fue el más votado. Pero compuso un gobierno con Sumar y negoció apoyos para la investidura y, supuestamente, para un gobierno que estaba en franca minoría. Lo hizo con los herederos políticos de ETA, con los que que jamás pactaría —a cambio de sus votos les entregó poco después la capital de Navarra—, y con las dos ramas principales del independentismo —los republicanos de Esquerra y los de Puigdemont, fugado de la justicia española—, prometiéndoles lo que pocos días antes negaba: amnistía para los delitos cometidos y sentenciados por el Tribunal Supremo de España. Los mismos que anteriormente había sacado de la cárcel con un indulto que escandalizó a una parte de los españoles. No le tembló el pulso, simplemente en pocos días había cambiado de opinión porque así convenía a sus intereses, con la falacia de que estaba normalizando la situación en Cataluña, donde los independentistas reiteran una y otra vez que volverán a cometer el delito por el que Sánchez los ha amnistiado.
Muy pronto aumentaron las dificultades al separase de Sumar los diputados podemitas, dejando al gobierno en una precariedad aun mayor de la que se encontraba. Sacar adelante leyes está siendo un verdadero tormento. El Partido Popular, a cuyo lado votan en ocasiones los del PNV y los de Puigdemont gana más votaciones que el gobierno. Sánchez ha tenido que retirar leyes para no perder más votaciones. Pero el año pasado se vio obligado a prorrogar los presupuestos. Montero, la de Hacienda, nos dijo que al haberse configurado el gobierno muy avanzado el año, resultaba imposible. Hace unos días no lograba sacar el llamado Techo de Gasto que, mediante una argucia parlamentaria había evitado que pasase por el Senado, controlado por los populares. Junts votó en contra, como lo hizo también en la Ley de Extranjería porque se niega a que en Cataluña se acojan más inmigrantes menores de edad que no llegan a acompañados a España, principalmente a Canarias. En el fondo está el rechazo de Puigdemont y los suyos porque está negociando con Esquerra Republicana el apoyo a Illa para convertirlo en presidente de la Generalitat. Eso provoca la ira del fugado de Waterloo, que lo tiene en sus manos. Su narcisismo, le impide aparecer por el Congreso cuando huele las derrotas, cada vez más graves. Un año después el gobierno de España sigue sin presupuestos, con dificultades para legislar y todo ello sin referirnos a otros asuntos que afectan al círculo más íntimo del inquilino de la Moncloa.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 26 de julio de 2024 en esta dirección)