En materia de transporte aéreo Córdoba ha sido una anomalía nacional. Lo decimos porque con su población, en torno a los trescientos treinta mil habitantes y con su posición geográfica, el haber tenido inactivo su aeropuerto durante muchos años no es algo normal. No lo es porque frente a los aeropuertos que se han construido en más de un caso por megalomanías de algunos políticos o por intereses oscuros, con gastos millonarios, donde no tenían sentido —los casos más palmarios son los de Ciudad Real y Castellón de la Plana— acabaron constituyendo verdaderos fiascos.
Durante todos estos años de expansión y crecimiento, en 1985 en vísperas de la entrada de España en la Unión Europea, se cerró el aeropuerto y sus pistas han permanecido durante casi cuatro décadas prácticamente vacías. Las causas que se daban para el cierre no se sostienen. Había quien señalaba que el motivo principal era que se encontraban demasiado cerca de Córdoba, los aeropuertos de Málaga o de Sevilla. El primero a unos ciento sesenta y cinco kilómetros y el segundo a ciento cuarenta. En otras partes de España, podemos encontrar una serie de aeropuertos en espacios mucho más reducidos. Basta con irnos al norte peninsular, al borde cantábrico para encontrarnos con Vigo, Santiago de Compostela, Gijón, Santander, Bilbao, Vitoria, San Sebastián —estos tres en el País Vasco cuya extensión es poco más de la mitad de la provincia de Córdoba— y Pamplona. Ocho aeropuertos en poco más de seiscientos kilómetros. Las verdaderas razones del cierre eran la nula rentabilidad del aeropuerto.
Desde aquel año de 1985 han sido varios los intentos de recuperar la actividad en el aeropuerto cordobés que, pese a las inversiones que en algún momento se realizaron, fracasaron. No prosperó el intento del año 2008 que trató de impulsar los vuelos con destino a ciudades del norte de España como era el caso de Barcelona, Bilbao o Vigo de la mano de la compañía Flysur. Aquellos vuelos sólo duraron cuarenta días.
Parece que esta triste historia aeroportuaria cordobesa puede llegar a su fin porque en los últimos meses, desde el pasado otoño han empezado a operar algunas aerolíneas con destinos tan singulares como la república Checa. Ahora con apoyo público se impulsan vuelos a Palma de Mallorca y a las islas Canarias. Aena acaba de nombrar a la que será la directora del aeropuerto cordobés e incluso hay a quien le ha faltado tiempo —hay una especie de epidemia no sólo de cambiar nombres de calles sino de bautizar a las infraestructuras públicas con propuestas que, en algunos casos resultan verdaderamente llamativas como poner el nombre de quien se opuso a la construcción de dicho espacio— para proponer que se bautice a la criatura con el nombre de Julio Romero de Torres. Quizá sería más sensato esperar a que las perspectivas de hoy se consoliden porque hay razones de diversa índole para ello, que van desde el atractivo de ser la única ciudad de España que cuenta con cuatro declaraciones Patrimonio de la Humanidad hasta los efectos que tendrá la puesta en marcha de la Base Logística del Ejército.
(Publicada en ABC Córdoba el 2 de febrero de 2024 en esta dirección)