En el mundo rural, una antigua afirmación señalaba que en noviembre “se recogía el santo”. Tal vez derivase de que en octubre se celebran las últimas ferias —siempre en honor de algún santo o virgen—, después de la eclosión veraniega. Quizá porque en los campos tras la recogida de las cosechas de verano —la siega del trigo en la que entonces eran tierras de secano— y de las frutas y verduras en las huertas. En muchos lugares la tradición mandaba realizar conservas de tomates, pimientos u orejones porque entonces no se encontraban, como ocurre en la actualidad, en tiendas ni mercados. Se esperaban las lluvias para que las tierras tomasen jugo, tras las sequías estivales, para poder plantar y sembrar. Quedaba pendiente, pero todavía estaba en un horizonte próximo la recogida de la aceituna porque los molinos y almazaras solían abrir sus puretas en torno a la celebración de la festividad de la purísima y el verdeo que hoy tiene mucha importancia era entonces algo menos, vinculado a poco más que actividades caseras en que se llenaba alguna tinaja, que se cubría con una tapa de madera, y había que esperar a que los aliños hicieran su efecto.
Noviembre es tiempo de castañas y era —van quedando pocas— tiempo de castañeras, actividad tradicionalmente ligada a las mujeres y tenían relevancia suficiente como para estar en todo belén que se preciase. En noviembre se celebra la festividad de San Martín —santo que, al ser francés, partió su capa con Dios porque si hubiera sido español se la habría dado entera— que estaba unida a la matanza del cerdo y cobraba tintes de celebración ritual y que hoy ha quedado como atracción turística para los urbanitas. También la matanza del cerdo forma parte del belén, algo que, impropio de la cultura judía, rechazan los puristas.
Pero, sobre todo, noviembre, tradicionalmente, ha sido el mes de la celebración del día de Todos los Santos y del día de los Difuntos. Los cementerios, donde se realizan celebraciones litúrgicas e incluso paseos guiados, se convierten en lugares muy visitados y el recuerdo de los antepasados cobra intensidad. Se arreglan nichos y mausoleos que se llenan de flores. Otra de las tradiciones que llegaban con noviembre era la representación teatral de don Juan Tenorio, uno de los grandes personajes que nuestra literatura ha aportado al acervo universal, junto con la Celestina y don Quijote. En muchos lugares se defienden esas tradiciones propias de esta época del año, como en Priego, que celebra una llamada Semana de Ánimas en la que hay, entre otras cosas, recuerdos para el Tenorio o para las leyendas que se contaban alrededor del fuego donde se asaban castañas y batatas para acompañar a las gachas.
Desde hace años se ha introducido la celebración de Halloveen, difundida desde los Estados Unidos de Norteamérica, una fiesta en torno a la indumentaria y aditamentos terroríficos que desplaza, principalmente entre las generaciones más jóvenes el recuerdo y el culto tradicional a nuestros muertos. Todo ello a tono con el mundo de los zombis y que tiene como valor máximo la diversión y la juerga, y que en el caso de los pequeños lleva el aditamento de caramelos, chocolates y confituras.
(Publicada en ABC Córdoba el 10 de noviembre de 2023 en esta dirección)