Parece que, tras la agitación electoral, entramos en un tiempo en que se quiere dejar que pasen los días. Un tiempo de espera. Una especie de apaciguamiento, tras el turbión de dos campañas electorales consecutivas. Es como si se desease, al menos por parte del sanchismo, que se aquieten las aguas de la marejada provocada por los resultados electorales. Pienso que responde a una estrategia perfilada sobre la marcha no tanto porque el ganador de las elecciones haya sido el PP, al haber sido el partido más votado y también porque ha pasado de ochenta y nueve a ciento treinta y seis escaños, sino porque aparece como perdedor, como consecuencia de las expectativas levantadas por las encuestas -no sólo ha fracasado Tezanos, que va de suyo al pronosticar el triunfo del bloque de izquierdas, también otros entes demoscópicos de mucha más credibilidad que el descreditado CIS-, mientras que el perdedor, el PSOE, que ha sumado dos escaños a los que tenía, aparece como gran triunfador porque sus resultados están muy por encima de los que señalaban las encuestas.
A Sánchez le interesa ese tiempo de espera porque en la campaña se ha utilizado como arma electoral los posibles pactos para configurar gobierno al no darse mayorías absolutas. Sánchez necesita dilatar todo lo posible una investidura que sólo puede conseguir con el concurso de un partido, cuyo máximo representante está fugado de la Justicia y se llama Puigdemont. Algo muy fuerte para pactar cualquier cosa con él. Necesita que la agitación se calme. Necesita tiempo para crear un estado de opinión que le sea favorable a cualquier pacto, por muy detestable que sea, para envolverlo en argumentos creíbles ante una parte de España. Tiene importantes terminales mediáticas, pero necesita tiempo.
El resultado electoral ciertamente ha sido un varapalo para la derecha. Ni el PP ha cumplido sus expectativos ni Vox, que se ha dejado muchos pelos en la gatera, al pasar de cincuenta y dos a treinta y tres escaños. Le queda el consuelo de haber quedado por encima de Sumar, que ha perdido setecientos mil votos y siete escaños de los que tenían las formaciones de izquierdas que se han coaligado. Ni juntos han llegado al resultado que tenían y, mucho nos equivocaremos, si los cuchillos afilados no empiezan a salir a relucir, empezando por los de los podemitas que, representados por Belarra, la noche electoral ya sacaron la patita rechazando el glamuroso ambiente que pretendía ofrecer Díaz. Algo que han seguido haciendo otros de sus correligionarios, como es el caso de Echenique, que se marcha de la política señalando que está orgulloso del ruido armado durante estos años, cuando la lideresa acababa de afirmar la víspera que no le gustaba el ruido. ¿Una advertencia de lo que vendrá a continuación?
La espera puede ser larga y a ello juega Sánchez. Pero también puede que esa espera le depare alguna sorpresa. El PNV no es fiable y podría darle un disgusto parecido al que le dio a Rajoy en la moción de censura que lo desalojó del Gobierno. En política hasta lo más inverosímil, como puede ser pactar el apoyo gubernamental con el partido que dirige un prófugo de la justicia española, podría ocurrir.
(Publicada en ABC Córdoba el 28 de julio de 2023 en esta dirección)