Se veía venir hace tiempo, pero nadie quiso tomar decisiones que son impopulares. Vivimos en un estado de bienestar tan impostado que pedir cualquier sacrificio o esfuerzo está lejos de nuestra cotidianeidad. Nos referimos a la sequía que desde fechas recientes ha llevado a las autoridades con competencias en la materia a tomar decisiones. El lobo —la referencia es políticamente incorrecta en medios animalistas— ha llegado, pero nadie tomó decisiones cuando se le vieron las orejas. Bajar la presión del agua, interrumpir el suministro durante horas nocturnas, indicar a los grandes consumidores de agua —las grandes extensiones que siempre estuvieron dedicadas a una agricultura de secano y hoy son de regadío consumen más de dos tercios del agua que se almacena en los pantanos— que no era posible seguir con el grifo abierto eran decisiones que no se han querido tomar… a tiempo. A lo más que se llegó fue a decir que sería necesario en el futuro algún ahorro de agua y poco más.
Las sequías son una realidad en el mundo Mediterráneo desde tiempos casi inmemoriales. La Biblia, cuyo Antiguo Testamento debió escribirse entre los siglos VIII y VII antes de Cristo, alude a ellas en diferentes momentos. Otras referencias históricas sobre falta de lluvias y campos sedientos son muy antiguas. Hay textos mesopotámicos y egipcios que aluden a sequías calamitosas. Por eso, no debe extrañarnos que estemos inmerso en una de ellas. Muchos recordamos varias con efectos muy negativos. Pero entonces los consumos no eran tan exagerados como ahora. Algunas compañías eléctricas, que nos están facturando los consumos a niveles nunca vistos, no han tenido empacho en vaciar pantanos en esta coyuntura para cobrar precios más elevados. En esta sequía se han dado la mano la falta de lluvias y un elevado consumo que ha llevado, en muchos casos, a mínimos históricos el agua almacenada en los pantanos. Ahora los pantanos en el conjunto de España están por debajo del cuarenta por ciento de su capacidad —en Andalucía apenas llegan al veinticinco por ciento y los de la cuenca del Guadalquivir están a poco más del veintitrés— y todavía quedan muchas semanas de verano. Hay municipios donde las restricciones se sufren desde hace semanas y la amenaza de cortes es una espada de Damocles en muchas comarcas, como la zona norte de Córdoba. Ahora, las alarmas han sido lanzadas por los responsables de las empresas suministradoras, como es el caso de Emproacsa —Empresa Provincial de Aguas, dependiente de la Diputación de Córdoba— que anuncia obras de emergencia para evitar desabastecimientos con graves consecuencias para la población.
La sequía era algo que se veía venir porque la media pluviométrica de los últimos años estaba acumulando un déficit hídrico cada vez mayor y con unos consumos desorbitados, el agua almacenada en los pantanos sería cada vez más pequeña. Pero sólo se han tomado medidas cuando la situación alcanza niveles alarmantes y puede llegar a ser catastrófica, si el otoño mantiene los niveles pluviométricos de los últimos años.
Causa grima ver campanarios de iglesias que llevaban décadas sumergidos, incluso puentes que habían desaparecido bajo las aguas. Pero la grima es mayor cuando comprobamos que se podían haber evitado algunas situaciones si quien tenía la obligación de hacerlo hubiera tomado medidas con la debida antelación.
(Publicada en ABC Córdoba el viernes 13 de agosto de 2022 en esta dirección)