Hay una marcada tendencia en el ser humano a buscar un culpable de los males que nos aquejan. Ocurre tanto a nivel colectivo como individual. La búsqueda, a lo largo de la historia, de lo que se ha denominado como chivos expiatorios —persona o colectivo sobre quien se hacen recaer culpas ajenas, casi siempre para ocultar a los culpables— ha sido una constante. Se afirma, por ejemplo, aunque no se puede demostrar documentalmente, que Nerón convirtió a los cristianos en chivo expiatorio del colosal incendio que sufrió Roma cuando aquel maligno sujeto —eso sí está demostrado documentalmente— era el emperador. Se desencadenó contra ellos la primera de las grandes persecuciones que los cristianos sufrieron en los dominios imperiales hasta comienzos del siglo IV.
Cuando la terrible epidemia de peste negra que asoló Europa a mediados del siglo XIV también se buscó un chivo expiatorio sobre el que recayesen las culpas de aquella calamidad. En este caso fueron los judíos. Se les acusó de envenenar los pozos y difundir la enfermedad con malas artes. Los asaltos y las matanzas en las aljamas fueron terribles.
En algunas culturas, para aplacar la ira de los dioses —la ira de dios o de los dioses ha sido elemento fundamental en muchas religiones para explicar el origen del mal—, los chivos expiatorios eran las víctimas que se les ofrecían en sacrificio. Con frecuencia se trataba de víctimas humanas, como en el caso de los aztecas. Una práctica con la que acabaron los conquistadores españoles.
En la pasada crisis, la desencadenada por la quiebra de Lehmann Brothers, el chivo expiatorio fueron los bancos. Se les culpaba de mala gestión —la acusación no estaba exenta de razón— y de haber dado créditos con demasiada facilidad y de forma un tanto alegre a personas y familias, que los recibieron encantadas, y que, con las dificultades económicas generadas por la crisis, no tuvieron luego posibilidad de hacer frente a los pagos. Pero se culpabilizó casi en exclusiva a los bancos, a algunos de los cuales hubo que rescatar con dinero público.
En el terreno de las enfermedades contemporáneas también se han buscado otras formas de expiar las calamidades. La gran epidemia de gripe que asoló al mundo en 1918, se calificó, sin motivo alguno, de “española”. Ahora, a la pandemia de covid se la ha llamado “virus chino” con algo más de verdad —más allá de hipótesis conspiratorias— que la calificación de española para la gripe de hace un siglo porque el epicentro se encuentra en la ciudad china de Wuhan donde hay un importante laboratorio biológico cuya actividad es opaca, como lo es el régimen comunista que impera en China.
La búsqueda de chivos expiatorios va unida a la aparición de calamidades. Era más admisible cuando no se tenían explicaciones que permitieran dar una respuesta satisfactoria a su origen, pero lo es menos cuando la ciencia permite ciertas explicaciones. En el caso de la calamidad presente, que a las sociedades desarrolladas ha descolocado —se creían inmunes a este tipo de calamidades que quedaban relegadas a las zonas de pobreza—, tenemos algunas certezas y muchas incógnitas sobre el agente desencadenante. Todavía no hay un chivo expiatorio, aunque hay quien ya apunta en alguna dirección. Veremos en qué queda porque ante los temores y los desastres siempre se han buscado culpables y en muchas ocasiones sin mayor fundamento que el de sacudirse posibles culpas.
(Publicada en ABC Córdoba el 26 de septiembre de 2020 en esta dirección)