Estamos ante una epidemia que combatimos con ciertas similitudes a como se hacía en la Edad Media cuando se enfrentaba a las llamadas pestes. Es cierto que los medios sanitarios con que se cuenta hoy, pese a las carencias por falta de previsión, nada tienen que ver con los de aquellos tiempos. Entonces el principal recurso era religioso —también se acude a él en nuestros días— y no se prohibía la asistencia actos litúrgicos, rogativas o procesiones para aplacar la ira divina que, desatada por los pecados de los hombres, mandaba aquellas calamidades, pero se aislaban ciudades, se formaban cordones sanitarios, se establecían cuarentenas y la gente se encerraba en sus casas. Eso es lo que se hace hoy.
El comportamiento de los cordobeses, como en muchos otros lugares de España, está siendo ejemplar en esta crisis del coronavirus. La gente permanece en sus casas. Salen de sus domicilios aquellos que han de hacerlo por obligación o por estrictas razones de necesidad. Son muchos los que salen a las ocho de la tarde a agradecer con su aplauso el esfuerzo de todos aquellos que luchan denodadamente contra la enfermedad —en la mayoría de los casos, sin contar los medios adecuados— salvando vidas o siguen trabajando para que la vida no se detenga. Son muchos los que animan, estimulan, tratan de alegrar y prestan su ayuda a los que se encuentran más desvalidos.
Una prueba de la respuesta de los cordobeses ante el Estado de Alarma decretado por el gobierno es que las líneas de autobuses a Aucorsa van prácticamente vacías y la única que mantiene cierta vitalidad, lógicamente, es la que pasa por el Hospital Reina Sofía. La Universidad ha puesto a disposición de la lucha contra la enfermedad instalaciones del Colegio Mayor Séneca. El Ayuntamiento de Córdoba ha buscado la forma de acoger a los sin techo y ha dispuesto que el transporte público sea gratuito, mientras dure esta situación. Cáritas y los comedores sociales han buscado fórmulas para seguir atendiendo a las personas que ahora no pueden acudir y el Banco de Alimentos los buscan sin cesar.
Pero también hay quien se pasa de listo e incumple la ley que por decreto ha impuesto una serie de normas para hacer frente al coronavirus y busca subterfugios, algunos verdaderamente llamativos, para no permanecer en su domicilio que es la principal de las tareas a la que estamos obligados la mayor parte de los ciudadanos. Hay quien, como señalaba ABC hace unos días, se pasea en autobús con bata de boatiné y zapatillas dando como argumento de que ahora es gratis subir al autobús.
Hay quien justifica la necesidad de darse una caminata para ir a comprar tabaco, desde Carlos III hasta un estanco del centro o hay quien explica verse muy lejos de su domicilio para hacer la compra porque las tiendas próximas a su casa tienen los precios más elevados. Se trata de actuaciones propias de pícaros como los que retrataban algunos de nuestros clásicos en un género literario que es una de nuestras grandes aportaciones a la literatura universal. El protagonista buscaba burlar la ley y aprovecharse del prójimo. Mucho más graves que estas actitudes son las de quienes han sido sorprendidos por agentes de la autoridad organizando peleas de gallos, fiestas en pisos u otros saraos que ponen de relieve su insensatez y el poco aprecio que tienen a la vida de otras personas.
Pero como decía el comportamiento de los cordobeses, en general, está siendo ejemplar.
(Publicada en ABC Córdoba el 11 de abril de 2020 en esta dirección)