Hace semanas que ABC obsequia a sus lectores con una serie de fotografías que nos ofrecen imágenes de diferentes aspectos de la vida y la realidad cordobesa de los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX. Las imágenes reflejan lo que la cámara del fotógrafo recogía. No existía ni el fotoshop ni se podían llevar a cabo las numerosas manipulaciones que hoy pueden realizarse y, aunque era posible manipular las fotografías –los soviéticos, por ejemplo, hacían desaparecer a personajes caídos en desgracia que aparecían en alguna instantánea al lado de Lenin- no creemos que sea el caso que nos ocupa. Es cierto que el fotógrafo de aquellas fechas tenía mucho de artista y retocaba. Parte importante de su trabajo se realizaba en el estudio, que es la denominación que, según una de las acepciones de la Real Academia de la Lengua, se da al “lugar de trabajo de un artista, sobre todo plástico, o en ciertos casos, de un profesional liberal”. En el estudio se trabajaba con delicados pinceles y se disimulaba algún defectillo. También se creaban atmósferas muy particulares que podían ir de un ambiente oriental si se buscaba un cierto exotismo, al religioso si se trataba de fotografías de niños que habían hecho la primera comunión, que era momento propicio para ser recordado, al menos entre las gentes de ciertos posibles. En la fecha a que nos estamos refiriendo la fotografía tenía algo de lujo que no estaba al alcance de todos los bolsillos y sólo se “solemnizaban” momentos muy especiales en la vida de las personas. Muy diferente a la realidad de nuestro tiempo inundado por toda clase de fotografías realizadas con los teléfonos.
La llegada de la fotografía tuvo numerosas aplicaciones prácticas como sustituir, poco a poco, los pequeños grabados que ilustraban la prensa decimonónica con la inserción de fotografías, fotografiar a delincuentes cuando eran detenidos o poder identificar a las personas que habían de tener un documento, la cédula de identificación, que acreditase su personalidad. Tenía que llevar una fotografía -el Documento Nacional de Identidad no apareció hasta 1944- que se renovaría periódicamente por los cambios en la imagen que supone el paso del tiempo. También permitía acercar realidades distantes.
Las fotografías editadas por ABC, verdaderas estampas, nos muestran llamativas curiosidades, más allá de ofrecernos aspectos de la ciudad en esos años, tales como la panorámica del actual boulevard del Gran Capitán con modelos de coches de entonces aparcados en la zona central o la enorme manifestación de duelo popular por la muerte de Julio Romero, en la que, salvo algunos clérigos con el bonete calado, ofrece la imagen de las gentes con sombreros y gorras en la mano. Descubiertos, como señal de respeto. Llamativo también es el homenaje que el gremio de tejedores dio al nuevo alcalde en 1917. Obsérvese el bigote que lucen la práctica totalidad de los reunidos. También la que podemos denominar tipología de los sombreros con que aparecen cubiertos en diferentes fotografías los varones y que señalan su pertenencia a una determinada clase social. Desde las populares gorras a las elitistas chisteras, pasando por el bombín, el canotier o la mascota –nombre que se da en Andalucía a los sombreros flexibles-, amén de algún que otro sombrero cordobés. Extraordinaria es la escena del soldado, en la posada de la Plaza del Potro, contando sus vivencias ante un público tan atento como variopinto. Estampas impagables para el trabajo de los historiadores.
(Publicada en ABC Córdoba el 15 de febrero de 2020 en esta dirección)
Foto: ABC