Córdoba ha perdido a lo largo de las últimas décadas demasiadas oportunidades. Esa es una de las razones por las que la ciudad ostenta el lamentable título de ser la capital de provincia con la mayor tasa de desempleo de toda España. En los primeros años de la transición, que hoy es injustamente denostada por algunos, se convirtió en un referente de la política nacional por ser la única capital que estaba gobernada por el Partido Comunista. Eran los años de Anguita, al que denominaban como el Califa Rojo. Pero la ciudad no dejaba de perder oportunidades. En buena medida por la gestión desastrosa que el comunismo suele llevar a cabo cuando se hace con las riendas del poder, como ocurrió en la Unión Soviética y los países que en Europa quedaron bajo su órbita, tras los acuerdos de Postdam y Yalta en fechas en que el declive de los nazis en los campos de batalla empezaba a ser una realidad. También influyó el hecho de que el PSOE buscaba doblegar la que ellos consideraban, junto a Jerez de la Frontera gobernada por el andalucista Pedro Pacheco, la gran espina de su absoluto dominio en Andalucía. Las trabas y obstáculos para los proyectos que no gestionaban los socialistas eran una realidad a la que habían de enfrentarse los gobiernos municipales que no eran de su color. El sectarismo, con honrosas excepciones, estaba tan extendido que en las delegaciones provinciales de las diferentes consejerías de la Junta de Andalucía se tenían listados de los alcaldes de las localidades, en las que se consignaba su correspondiente signo político.
Luego la alternancia de los gobiernos del Partido Popular y de Izquierda Unida, antes de que el PSOE consiguiera hacerse con la alcaldía cordobesa por primera vez en 2015, las cosa no fueron a mejor. El PSOE, que mantenía un fuerte control político desde la Junta, aunque había perdido buena parte de su poder municipal, siguió con la política resumida en el lenguaje coloquial con la expresión de “al adversario ni agua”. Una prueba de ello la tenemos en el anhelado Palacio de Congresos -construido de nueva planta en las demás capitales andaluzas- que no llegó nunca a materializarse, ni con el faraónico proyecto de Kolhaas ni sin él. Hoy es un lugar numerosas veces redefinido y no disponible durante años por causa de unas obras en las que se han amontonado las prórrogas. Tampoco, pese a las importantes inversiones realizadas, ha despegado el aeropuerto, anunciado pomposamente en la señalización, y sólo, el encontrarse la ciudad en el camino que conduce de Madrid a Sevilla, le permitió ser parada de los trenes de alta velocidad, con el correspondiente soterramiento de las vías férreas, que a principios de la década de los noventa del siglo pasado comenzaron a circular en ambas ciudades. El emplazamiento de la estación, reforzado, al abrirse años después la línea de AVE hacia Málaga, llevó a un grave atentado arqueológico y, tras la destrucción realizada, los restos del Complejo Palatino de Maximiano Hercúleo para oprobio de la Junta de Andalucía, ofrecen una pésima imagen de la ciudad a los viajeros que bajan de los trenes.
Córdoba, por su historia, por su fortaleza cultural y por sus posibilidades económicas en terrenos varios –turismo, industria agroalimentaria y posición estratégica-ha de aprovechar sus potencialidades y dejar de ser esa idea tan extendida entre los propios cordobeses de una suma de barrios sin un proyecto claro de ciudad.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de noviembre de 2019 en esta dirección)
Foto: Wikimedia