En una sociedad caracterizada por los altos niveles de consumo, donde proliferan las tiendas del “Todo a cien”, la confección en serie dispone de redes comerciales que se extienden por todo el mundo o determinados centros con nombre sueco se convierten en lugares de asueto que van más allá de la compra de muebles que se arman en casa, siguiendo las precisas instrucciones de un plano de montaje, los tradicionales oficios artesanos son poco más que un recuerdo de otro tiempo. Se encuentran en franca regresión. Si llegasen a desaparecer -algo que ha ocurrido con muchos de ellos- la pérdida sería irreparable.
Nuestros callejeros nos ofrecen en algunos de sus nombres la realidad del artesanado en otros tiempos con calles rotuladas como Espartería, Plateros, Moriscos –lo que no es óbice para que otra se denomine Morería porque no era lo mismo moro que morisco-, Curtidores, Tejedores o Tintoreros. Nombres como Cuesta de la Pólvora o Camino de los Sastres nos hablan de otros tiempos en que los maestros de un oficio tenían sus talleres en zonas concretas de la ciudad y daban nombre a la calle en que estaban instalados. Hoy casi no quedan curtidores, no existen moriscos, al ser expulsados durante el reinado de Felipe III (entre 1609 y 1614), o los esparteros son hoy apenas un recuerdo del pasado, como los tejedores o los tintoreros.
En los viejos padrones vecinales de los siglos XVI, XVII o XVIII e incluso en los del siglo XIX, antes de la era de la estadística, aparecía a veces asociado el nombre del empadronado y el ejercicio de su actividad. Era frecuente encontrarse con estos oficios. Eran artesanos que, con su trabajo, daban respuesta a la demanda de una sociedad que distaba mucho de las formas de consumo moderno y que han llevado a calificar a las personas con el nombre “consumidores”, que me parece lamentable pero que responde a una realidad de nuestro tiempo.
En la Córdoba de hoy resisten una serie de oficios tradicionales que se sostienen a duras penas. Son los restos de un artesanado otrora pujante y que, en algún caso, han quedado como poco más que una especie de atracción turística porque la demanda de sus productos, elaborados de forma manual, está íntimamente relacionada con ese turismo que sostiene buena parte de su pulso económico de la ciudad. Como señalaba ABC, días atrás, en un magnífico reportaje, en Córdoba y provincia no llegan a trescientos los artesanos que hay en el registro de la Junta de Andalucía. Más del ochenta por ciento están inscritos a título individual y algo menos de medio centenar son empresas. Mantienen cierto nivel de actividad los alfareros, principalmente en La Rambla, o los toneleros en Montilla. En Córdoba, las actividades ligadas al cuero -los famosos cordobanes- mantienen una notable actividad. Pero otros como el de luthier o el de sombrerero no pasan por su mejor momento. Otro tanto ocurre con los encuadernadores artesanales, en trance de extinción.
La revolución industrial trajo la producción mecanizada, a lo que se suma la conocida como falsa artesanía porque parte importante del trabajo lo realizan máquinas que poco o nada tienen que ver con el trabajo artesano que hemos de preservar si no queremos que una realidad que nos habla alto y claro de otro tiempo se nos diluya entre las manos. Su desaparición sería una pérdida irreparable.
(Publicada en ABC Córdoba el 26 de octubre de 2019 en esta dirección)
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