Hace algunos años circulaba un chiste en el que hacía alusión a la simpleza de un turista norteamericano que visitaba Sevilla y al que alguien le había vendido la Giralda. El chiste tiene visos de realidad por obra y gracia del actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No se trata de la Giralda, que es cosa muy grande, sino de algo más extenso -alcanza los dos millones de kilómetros cuadrados, lo que supone unas cuatro veces la extensión de España-; se trata de la compra de Groenlandia. No estamos a 28 de diciembre ni se trata de un chiste en el que se acude a un personaje público para convertirlo en protagonista de humoradas, como ocurría con Fernando Morán cuando era ministro de Asuntos Exteriores, en tiempo de Felipe González. Por aquel entonces llegó a hacerse célebre el dicho: «¿Conoces el último de Morán?».
El presidente de los Estados Unidos, después de consultar con sus asesores, ha planteado la compra de Groenlandia, un territorio autónomo que forma parte de Dinamarca. Una enorme isla en la que, al parecer, hay abundantes recursos naturales inexplotados, entre los que se encuentran las denominadas «tierras raras». En Dinamarca, país cuya visita está en la agenda de Trump, no salen del pasmo. En muchos otros sitios, tampoco. Porque no saben Historia. No debería resultar tan extraño, si se conoce algo la de los Estados Unidos. Los norteamericanos compraron a los rusos, que habían llegado al extremo más oriental de Siberia, la península de Kamchatka, cruzado el estrecho de Bering y ocupado el territorio de lo que hoy es Alaska. El zar Alejandro II vendió dicho territorio, cuya extensión era algo menor que la de Groenlandia -un millón setecientos mil kilómetros cuadrados-, que atesoraba grandes recursos bajo su capa de hielo, como se sospecha que atesora Groenlandia. La compra de Alaska se llevó a cabo mediante el pago de siete millones doscientos mil dólares, en 1867. No fue el único caso de compra de un territorio. Bastante antes de la compra de Alaska, Napoleón Bonaparte, en 1803, antes de proclamarse emperador, vendió La Luisiana a los Estados Unidos. Tampoco era una pequeña cosa, la extensión del territorio objeto de aquella transacción era de casi dos millones ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados mucho mayor que la del actual estado de Luisiana. El precio de la venta fueron quince millones de dólares más otro buen puñado de dólares en concepto de intereses. Hay también una especie de venta fallida por la que España entregaba a los Estados Unidos una parte de la Florida a cambio de una parte de Tejas y de una compensación de cinco millones de dólares, que España nunca llegó a cobrar. En esa misma línea de adquisiciones territoriales con los dólares en la mano, intentaron los norteamericanos comprar la isla de Cuba. Ofrecieron a España varias cantidades que llegaron hasta la considerable suma de trescientos millones de dólares, que España rechazó.
Esa política que, según vemos, fue practicada con cierta frecuencia por los Estados Unidos en el siglo XIX, tiene una nueva versión, aunque parezca hoy cosa de chiste, en pleno siglo XXI con Donald Trump al frente del país. Los daneses están atónitos ante la situación. Debieran, no sólo los daneses, saber algo más de historia porque el personaje que les hace la oferta, supongo que algo de esto conoce o tal vez quienes lo sepan sean sus asesores, ya que el conocimiento histórico de Trump me plantea serias dudas.
(Publicada en ABC Córdoba el 21 de agosto de 2019 en esta dirección)
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