e habla mucho, desde hace algunos meses, tras el ascenso de las expectativas de Vox, de la fragmentación electoral en el campo de la derecha. Se habla, posiblemente, porque supone una novedad. Lo habitual hasta ahora había sido que el voto de esa opción ideológica tuviera como única referencia al PP, incluso tras la aparición de Ciudadanos. Esa única referencia contrastaba con lo que ocurría en la izquierda. Su electorado tuvo siempre dos opciones: socialistas o comunistas.

El votante de izquierdas tenía que decidir entre el PSOE o IU. Por eso eran frecuentes, y siempre muy criticadas desde la derecha, las alianzas postelectorales y se defendía la lista más votada. Generalmente esas alianzas -hubo alguna sonada excepción, como la vivida en Andalucía, tras el acuerdo cerrado por Javier Arenas y Luis Carlos Rejón, que los socialistas llamaron la «pinza»- eran entre estas dos formaciones, si la suma de sus votos les permitía dejar a los populares en la oposición. La política municipal respondía a ese planteamiento, pero se daban notables excepciones al concurrir candidaturas de independientes de muy diferentes opciones ideológicas y, con frecuencia, han influido los enfrentamientos personales.

Ahora se mantiene la fragmentación del voto de la izquierda: opciones PSOE y Podemos, que ha fagocitado a IU, al menos en lo que se refiere a las elecciones generales, pero ha aparecido esa fragmentación en el voto que se articulaba en torno al PP. Quienes se vinculan ideológicamente a la derecha tienen ahora tres opciones: PP, Cs y Vox. Esa situación ha hecho cundir la preocupación entre las filas de la derecha porque esa fragmentación podría suponer una pérdida importante de escaños, la misma que ha acompañado a la izquierda.

También preocupa entre la izquierda una coalición de derechas -algo que ellos han practicado con frecuencia- y lanzan andanadas contra esa posibilidad, utilizando todo lo que tienen a mano, principalmente con acusaciones a Vox de partido de extrema derecha, al que tildan de fascista. No parece, sin embargo, que su extremismo por la derecha, sea mayor que el de los podemitas por la izquierda. Ni sus planteamientos de reformar la Constitución más radicales que los de la formación de Pablo Iglesias.

La izquierda no debería criticar alianzas entre las fuerzas de derechas porque es lo que ha hecho cuando ha tenido necesidad de ello. Tampoco por la radicalidad de alguno de los partidos derechas porque ha pactado con Podemos. Existe, pese a lo que el desacreditado Tezanos -desacreditado después de los resultados que se dieron hace unos meses en Andalucía donde no olió casi nada- afirma desde el CIS, un temor a que la suma de PP, Cs y Vox permitiera un gobierno en España con los mismos mimbres del que se ha configurado en Andalucía. Nada de que extrañarse, tras la alianzas de socialistas y podemitas en ayuntamientos y gobiernos autonómicos.

Los pactos son una consecuencia de la no existencia de mayorías absolutas, derivadas de la fragmentación electoral. No hay pactos lícitos y amables, y pactos ilícitos y abominables. Se pacta entre partidos con representación popular suficiente para poder formar alternativas de gobierno y eso ocurre cuando se tienen mayorías parlamentarias, como reiteradamente ha señalado Sánchez, tras la moción de censura. Los pactos, que para muchos españoles suponen eso que se denomina «pasteleo», son una consecuencia de la fragmentación electoral y una necesidad en esas circunstancias, si no se quiere convertir un país en ingobernable.

(Publicada en ABC Córdoba el 27 de abril de 2019 en esta dirección)

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