En el ecuador de la campaña de unas elecciones que celebraremos dentro de ocho días, la impresión que se extiende entre muchos andaluces es de calma chicha. Parece que no se estuviera librando lo que, en otro tiempo, se denominaba como batalla electoral. Los mítines que llenaban plazas y locales durante los años de la transición y siguientes han quedado reducidos a eventos donde prima la telegenia y se procura completar el aforo con el acarreo de militantes y simpatizantes. Cierto que también en otro tiempo fueron fundamentales los autobuses y los bocadillos para contabilizar a los asistentes por decenas de miles. Prácticamente han desaparecido del escenario electoral los coches con megafonía invitando a los mítines. Apenas se ven carteles electorales y también brillan por su ausencia las pancartas y las banderolas. Es probable que sea consecuencia de la sensibilidad desatada por el cuidado del medioambiente. Tanto ruido y tanto papel suponen graves fuentes de contaminación y nadie quiere cargar con la acusación de ser políticamente incorrecto, aunque ruido y contaminación sean elementos que nos acompañan en la vida cotidiana.
Es probable que ahora la batalla electoral se libre en otro territorio. Las redes sociales han crecido exponencialmente en influencia e importancia. Ahora los mítines se dan por internet y la lucha por el voto hay que buscarla en facebook y twiter. Quizá porque todo ello sea consecuencia de que las campañas electorales se han convertido en un trámite de obligado cumplimiento y no queda más remedio que estar y, más allá de la consabida catarata de promesas, se busca cometer errores. Pudimos comprobarlo el pasado lunes en el debate organizado por Canal Sur Televisión. Los representantes de los cuatro partidos que, según los sondeos -queda la duda de siVOX obtendrá algún escaño- tendrán representación parlamentaria, estaban más pendientes de no cometer errores que de asumir algún riesgo. Eso explica los silencios, en algún momento ominosos, de Susana Díaz ante planteamientos de sus contrincantes. En boca callada no entran moscas, debió pensar la lideresa socialista.
La campaña se está desarrollando, al menos hasta el momento, con una desgana que resulta penosa, casi lamentable. Ni siquiera los partidos emergentes, que han venido a romper el esquema imperante en la política andaluza de los últimos cuarenta años, han aportado la sal que se les ha de suponer. Es, parafraseando a García Marques, la crónica de un resultado anunciado. El PSOE volverá a ganar -es la norma en la tierra de las subvenciones y los Eres-, aunque todos los sondeos -salvo los cocinados por Tezanos- señalan que se llevará un fuerte varapalo electoral y obtendrá, al sanchista modo, los peores resultados de su historia. No será, sin embargo, suficiente para descabalgar a Susana Díaz del poder.
Es significativo que después de años de rifirrafes parlamentarios le haya hecho algún guiño a Adelante Andalucía, sabiendo que tendrá que entenderse con Teresa Rodríguez, aunque siempre le quedará la posibilidad de echar mano a Ciudadanos, por mucho que ahora Marín quiera borrar el tiempo que la ha sostenido en el gobierno durante la fenecida legislatura. Llama la atención que despierte más interés que la victoria electoral quién será el segundo la noche del 2 de diciembre. El enfrentamiento entre Populares y Ciudadanos ya centró gran parte del debate del lunes. Los primeros deberían preguntarse por qué con tantas fechorías socialistas en la Junta de Andalucía llevan décadas y décadas sin salir de la oposición.
(Publicada en ABC Córdoba el 24 de noviembre de 2018 en esta dirección)