Muchos de quienes disfrutábamos en la infancia y adolescencias con la lectura de los libros de Julio Verne, nos impresionó una de sus novelas: Miguel Strogoff. La obra de Verne ha sido llevada al cine en múltiples ocasiones y en varias de ellas se añadía al nombre del protagonista el de: El correo del Zar. Lo que Verne nos contaba, además de una apasionante aventura centrada en la invasión de Siberia por los tártaros, alentados por el traidor Ogareff, era la importancia de la comunicación, de poseer información. Nos revela lo esencial que era un correo. El servicio de correos de la época en que se desarrolla la novela, avanzada la segunda mitad del siglo XIX, ya estaba configurado y era controlado por el Estado. Existían los servicios postales, las estafetas y las cartas se franqueaban con sellos de correos. También existía ya el telégrafo. Pero en la novela de Verne ni el telégrafo, cuyas líneas habían sido cortadas por las hordas tártaras, ni la posta normal permitía advertir a tiempo al príncipe Miguel, un hermano del zar, del ataque que iba a sufrir y de la traición del pérfido Ogareff.
En estos días dicen algunos, maliciosamente, que al presidente del Gobierno le cuesta trabajo disimular que tiene ínfulas de zar. Ha de reconocérsele, a esos maliciosos, que, desde que Sánchez se instaló en la Moncloa, recuerda continuamente que él es el presidente del Gobierno, como si tuviera la sospecha que alguien no lo supiera o albergara el temor que no se le reconozca como tal. Sánchez es presidente del Gobierno, sin duda. Está en la presidencia a través de una vía legítima. Otra cosa es que el camino por el que ha llegado no le parezca a muchos el más adecuado, cuando sólo cuenta con ochenta y cuatro diputados y para sostenerse necesita el apoyo de grupos políticos cuya fidelidad a España, que es el Estado al que pertenecen y del que él es presidente, sea más que cuestionable.
Una prueba de que es presidente del Gobierno la tenemos en que hombres de su absoluta confianza ocupan los cargos más importantes de las empresas públicas, algo que no podrían hacer caso de no serlo. Otra cuestión es que, como en muchos otros asuntos, el presidente se haya olvidado de lo que vino en denominarse puertas giratorias y tanto criticaba. Entre esos puestos de alta responsabilidad está el de presidente de Correos que ha sido ocupado por quien fuera su jefe de gabinete, Juan Serrano. Ha entrado, como ponía ABC de relieve hace algunas semanas, en un servicio tan importante, según nos señalaba Julio Verne en su Miguel Strogoff, como un elefante en una cacharrería. En Correos se ha vivido una especie de cataclismo que lo ha convulsionado todo. Pero eso no es lo más llamativo, sino una declaración del flamante presidente del organismo postal del tenor siguiente: «Si con doscientos mil euros llevé a Pedro a La Moncloa, imagínate aquí».
La experiencia profesional del máximo responsable de Correos ha estado ligada a la gerencia de la Federación Española de Municipios y Provincias, y a la jefatura de gabinete del PSOE. Todo apunta a que el presidente del Gobierno quería en esta institución a alguien que lo convirtiera en un organismo al servicio de su causa, según se desprende de las palabras del propio Serrano. Algunos maliciosos, que piensan que Sánchez tiene ínfulas de Zar dirán que Serrano es… un correo del Zar.
(Publicada en ABC Córdoba el 3 de noviembre de 2018 en esta dirección)