Muchos de ustedes habrán oído decir alguna vez que en Flandes, era la denominación histórica de buena parte de lo que hoy son Bélgica y Holanda, se sigue asustando a los pequeños con la venida del duque de Alba. El duque es una especie de «coco» a la flamenca. Esa realidad, que habla muy mal de quienes amenazan a los pequeños con la llegada de monstruos malignos, señala el papel que los flamencos otorgan a don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, al tiempo que revela, que la herida abierta por una larga guerra -ochenta años (1568-1648)-, en la que el imperio hispánico se dejó algunos de sus jirones más importantes, no ha cicatrizado entre los flamencos, todavía.
Forma parte de su imaginario colectivo, pese a que ya vamos camino de los cuatro siglos desde que se firmó la paz. Una de las razones por las que no cicatriza es porque forma parte de la conocida como Leyenda Negra -una de las mayores mentiras históricas orquestada a lo largo del tiempo-, que sigue siendo alimentada, incluso desde la propia España cuando aquí no hay nada parecido al genocidio que ellos cometieron en el Congo a lo largo de los siglos XIX y XX y que es una de las páginas más negras de la historia de la humanidad.
El duque de Alba era un hombre del siglo XVI, duro, aguerrido, expeditivo. Uno de los mejores militares con que contó Felipe II en el momento en que el poder del imperio español se encontraba en su apogeo. Algo por lo que algunos indocumentados piensan que tendríamos que pedir perdón. La imagen de España entre los habitantes del Flandes histórico nunca ha sido atractiva.
En gran medida ellos fueron algunos de los que dieron soporte la Leyenda Negra, con Guillermo de Orange a la cabeza y la impagable colaboración de Antonio Pérez, el secretario que traicionó la confianza de su rey. Orange faltó muchas veces a su palabra, como cuando don Juan de Austria retiró los tercios de infantería de aquellos territorios a cambio del respeto a los católicos, perseguidos por los protestantes. A Orange y los suyos les faltó tiempo para incendiar iglesias y cometer toda clase de tropelías, lo que inevitablemente llevó al regreso de la eficaz y temible infantería española, en una marcha, desde sus bases del norte de Italia, que sorprendió a todos por su extraordinaria velocidad.
Las mentiras de los flamencos de entonces, incluida su amplia aportación a la Leyenda Negra, tienen algo en común con las mentiras de los independentistas catalanes de hoy. Mienten tanto sobre las ficciones que pretenden colar en estos momentos, como por ejemplo la de los presos políticos o el España nos roba, cuando los que denominan como presos políticos son, judicialmente hablando, presunto delincuentes autores de delitos muy graves contra la ley y el Estado. Los ladrones de Cataluña, siempre favorecida por las inversiones del Estado, estaban entre sus más conspicuos dirigentes y sus familiares. Añádase a ello las mentiras sobre el pasado histórico de Cataluña con las que se adoctrina en las aulas. Esas mentiras históricas es algo los une y les lleva a sentirse aliados, amén de dar pie a que los flamencos se hayan convertido en una especie de protectores de las falacias de que se vale el deseo de independentismo de una parte de los catalanes.
Nada que extrañe entre quienes siguen manteniendo viva la figura del duque de Alba…para amedrentar a sus crías.
(Publicada en ABC Córdoba el 27 de octubre de 2018 en esta dirección)