Los hispanos se han proclamado campeones del mundo y lo han hecho a lo grande. Arroyando literalmente a la laureada selección danesa que llegaba invicta a la final y a la que las apuestas daban como clara favorita. Supongo que fueron muchos los españoles que, ante la pantalla del televisor, se sintieron orgullosos de ser hispanos, como los mocetones que convirtieron en un colador la portería vikinga.

Esos mocetones forman parte de la misma generación a la que pertenecen a quienes denominamos los ni-ni. Pero está claro que han llegado a lo más alto en su empeño deportivo y personal a base de tesón, esfuerzo, sacrificio y mucha renuncia al disfrute de lo que saborea y se cree con derecho absoluto a ello una buena parte de los jóvenes de su edad. Jóvenes a los que la generación anterior educó en unos planteamientos que, en muchos casos, nos han llevado a una situación poco deseable. Cuando veía los golpes y agarrones que se dispensaban los jugadores -el balonmano es un deporte duro-, no podía evitar acordarme de una frase acuñada en estos años y que quizá les suene: «a mi niño no se le toca». Al ver a los hispanos triunfar pensaba en la dureza de sus entrenamientos y en sus privaciones. Tampoco podía evitar que se me viniese a las mientes otra frase no menos difundida y que, en muchos casos, se ha llevado hasta las últimas consecuencias: «a mi niño que no le falte nada».

Estos días los jugadores de la selección española de balonmano, los hispanos, son ídolos y reciben el reconocimiento de una sociedad que se siente orgullosa de contarlos entre los suyos. Pero se hace imprescindible sumar al legítimo orgullo, una reflexión. Ese campeonato del mundo, esa cúspide deportiva que han alcanzado, sólo se logra con la valoración de las privaciones, con la renuncia en muchas cosas y con el esfuerzo como norma. Sin embargo, la filosofía del sacrificio no está en buena parte de los planteamientos de la sociedad española de nuestro tiempo. Una sociedad que tiene una urgente necesidad de rearme moral y de considerar que las metas se alcanzan con esfuerzo y sacrificio. Ese rearme de valores ha de ser general, impulsado por quien tiene obligación de hacerlo y ha de ser asumido por todos y lo digo, consciente de que siempre habrá pillos, pícaros y delincuentes; con ellos se ha de actuar de modo ejemplarizante. En todos los casos.

(Publicada en ABC Córdoba el 30 de enero de 2013 en esta dirección)

 

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