Ignoro si en Dinamarca huele a podrido, donde huele mal, muy mal es en España. Es el hedor de la basura acumulada durante largo tiempo y que indigna a quienes sufren los efectos de esta demoledora crisis y luchan, lo mejor que pueden, para llegar a fin de mes, y que deja perplejos a los políticos decentes, metidos en el fangal que hoy mancha esa actividad por culpa de una pandilla de indeseables, y que causa tal estupor que hace pensar a muchos que todo el cesto está podrido.
Frente a quiénes desde las más diversas esquinas del mapa político y social, llámense Bárcenas, Guerrero o Urdangarín, frente a tramas como Gürtel, Eres o Nóos donde unos presuntos o convictos delincuentes se han aprovechado de su posición para manosear, robar y esquilmar lo público, frente a quienes ocultan el producto de su rapiña en paraísos fiscales o en cuentas opacas en Suiza y justifican sus frecuentes viajes al país helvético con una supuesta afición al esquí, frente a las bolsas llenas de billetes de quinientos euros trasladadas, según afirma una testigo, a Andorra, frente al robo perpetrado en el caso Pallerols, con convictos y confesos, que arreglan con un acuerdo de devolución, diez años después, frente a quienes reciben sobres de dinero negro como partícipes de la gran mangancia… frente a todo eso y mucho más que está en la mente de todos, hay que reivindicar la política como un ejercicio noble. El problema es tan grave que nos ha conducido a un terreno pantanoso -el fangal al que antes me refería-, que puede desembocar en un territorio indeseable que no pocos justificarían e incluso desearían. Los hispanos, como estos días se denomina a los jugadores de la selección española de balonmano -¡ay algunos jugadores de balonmano!- somos dados a «soluciones» drásticas y en absoluto recomendables. Nuestra historia está llena de ejemplos… también la de otros países de nuestro entorno.
Tiene que suprimirse esta partitocracia que ha impuesto la obediencia al jefe frente a la capacidad. Tiene que desaparecer la costumbre, cada vez más extendida, de entender la política como un oficio. Tiene que eliminarse de su ejercicio a quienes, sin la menor experiencia en el mundo laboral, han desembarcado en ella tomándola como medio de vida, algo que ha llegado hasta niveles máximos en el gobierno del estado. Y, sobre todo, España necesita un rearme moral y ético donde el pícaro, el mangante, el estafador, el del «pelotazo» y hasta el delincuente en los más variados campos de la vida deje de ser admirado. Se hace ineludible acabar con la tradición de considerar héroe al tramposo, al listillo y al vividor. Soy consciente que supone ir contra nuestros ancestros, no en balde quien goza de nuestras simpatías como lectores es el protagonista de esa joya llamada «La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades» es un pícaro redomado. Es sólo un ejemplo, pero es paradigmático, y hay que enfrentarse a ello.
(Publicada en ABC Córdoba el 23 de enero de 2013 en esta dirección)