Me decía una amiga extranjera -anglosajona por más señas-, admiradora de España y buena conocedora de su historia, que los españoles somos un pueblo un tanto raro. Sostiene que teniendo extraordinarias tradiciones, no vacilamos en admitir las que nos vienen de fuera con una facilidad que le ha llamado la atención. En su comentario iba más lejos aún, al afirmar que no tenemos empacho en olvidarnos de ellas y sustituirlas por otras. Principalmente las procedentes del mundo anglosajón. Por mi parte, trataba de explicarle que eso sería una consecuencia más de la globalización y de la facilidad con que los medios de comunicación ponen al alcance de cualquier parte del mundo costumbres que hasta hace poco eran ignoradas o cuando menos desconocidas. Me respondía que esto no ocurre en otros países y me ponía el caso de Noruega, Francia o Alemania. Me decía que, el llamado black friday, el viernes de negro se ha convertido en muy pocos años en una realidad, a la que los medios de comunicación colaboran de forma que le parecía un tanto inaudita. Me preguntó si conocía el origen del black friday y, ante mi negativa, me explicó que es algo reciente en los EE.UU. donde se encuentra su origen. No va más allá de la década de los sesenta del siglo pasado y que fue empleado por la policía dadas las aglomeraciones de tráfico que se producían el viernes siguiente al jueves en que en el país se celebra el día de Acción de Gracias, en el que las familias de los estadounidenses -con relaciones menos estrechas que en España- se reúnen para comer. Me comentaba que circulaban otras historias. Hay quien relaciona su origen con una crisis en la bolsa un viernes de 1869 -no era el famoso jueves negro de la bolsa neoyorkina que inició el llamado crack de 1929- e incluso hay quien señala que las importantes compras que se efectuaban para el Día de Acción de Gracias hacían desaparecer los números rojos de las cuentas de los comerciantes, haciendo que ese viernes se volvieran negros.
Tiene cierta razón mi amiga. Halloween es, desde hace unos años, una realidad que ha desplazado -con la impagable colaboración de los centros escolares- las formas tradicionales de celebrar en España la festividad de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Las representaciones del Tenorio han quedado casi sepultadas, si bien se mantiene en vigor las visitas a los cementerios. Otro tanto ocurre con Papa Noel o el Árbol de Navidad que, año tras año -otra vez con colaboración, en este caso de las grandes superficies- ganan terreno a los Reyes Magos, cuyas cabalgatas se han convertido en verdaderos esperpentos en algunas de las principales ciudades españolas.
Son muchos los centros de enseñanza donde se ha prohibido, por decisión de claustros o Ampas, la instalación de belenes -otra vieja tradición hispana-, aludiéndose al carácter religioso de los mismos. No conozco que haya ocurrido lo mismo con las fiestas de Halloween que, en su origen, es una celebración donde se da la mano una especie de sincretismo religioso entre elementos cristianos y otros procedentes de la ancestral religión celta.
Me temo que mi amiga anglosajona tiene mucha parte de razón. Somos un tanto raritos en cuestión de mantener vivas nuestras tradiciones, que no dejan de ceder terreno ante la presión de las formas de vida anglosajonas.
(Publicada en ABC Córdoba el 29 de noviembre de 2017 en esta dirección)