Se le está dedicando demasiado tiempo a lo que quieren los independentistas catalanes. Los medios de comunicación se encuentran como atrapados en la farsa organizada por Puigdemont, Junqueras y sus acompañantes de la CUP. Ocurre desde hace varias semanas, pese a que están ocurriendo cosas muy importantes a nuestro alrededor a las que se ha dado el tratamiento de las antiguas gacetillas de prensa, salvo los minutos dedicados, al “Harvey” primero e “Irma” y “María” después; supongo, lamentablemente, que es debido al morbo que despiertan catástrofes de estas dimensiones.
Para nada se habla del clan de los Pujol, de la Madre Superiora, sus monaguillos y los misales que utilizaba. Tampoco de la falacia del “España nos roba” que fue el espantajo que agitaron los independentistas para explicar el inicio de su aventura y que, después de salir a la luz lo que hacía el ex molt honorable y su familia, desapareció de sus bravatas. Muy poco del tres por ciento, como fórmula de proceder a las adjudicaciones de contratos en los tiempos en que Convergencia i Unió todavía no se había echado al monte. Nada de los ERE en Andalucía y tampoco, para desgracia del consorcio Sánchez Castejón-Iglesias Turrión, de la comparecencia de Rajoy, como testigo en el juzgado y en el Congreso de los Diputados a cuenta de la Gürtel. No tuvo el relieve informativo que el consorcio esperaba. Duró dos telediarios, que diría un castizo. Poco se habla de las negociaciones de los Presupuestos Generales del Estado para 2018 a unos días para que sean -si hay presupuestos- presentados en el Congreso de los Diputados. Hasta algo tan tremendo como los atentados de Barcelona y Cambrils, con su secuela de muertos y heridos, ha durado más que lo justo. Hoy parece que ocurrió en la Prehistoria, algo que, como mínimo, resulta inmoral. Incluso la manifestación de Barcelona, a la que asistió Felipe VI para ser impunemente insultado y vilipendiado, convocada contra el terrorismo fue orquestada por Asamblea Nacional Catalana con la connivencia del gobierno catalán en función de la farsa independentista. Hasta ahí se ha llegado.
La actuación de Juntos por el Sí y la CUP pisoteando la Constitución, su propio Estatuto de Autonomía, el reglamento del parlamento de Cataluña, donde los letrados se negaron a firmar unas actas por contener acuerdos ilegales, es una especie de monotema. Nada hay fuera de él y los medios colaboran a que así sea dándole una cancha que -sin querer rebajar un ápice la envergadura del problema-, en modo alguno merecen sujetos que desprecian las leyes, esencia de toda democracia, y no respetan sus normas para, saltándoselas, tratar de llegar a donde hace tiempo se trazaron como objetivo.
En España están ocurriendo estos días muchas más cosas. Son muy importantes para cientos de miles de familias. Ha comenzado un curso escolar con cerca de ocho millones alumnos acudiendo a las aulas, noticia estrella de otros años. Los hospitales y centros de salud siguen con su trabajo de cada día atendiendo enfermos y poniendo remedio a mucho mal. Las fuerzas de seguridad del Estado continúan con su tarea cotidiana, vigilando y siguiendo el rastro de aquellos que buscan matar en nombre de Alá. Le estamos dedicando demasiado tiempo a esta farsa -insisto en su importancia-, que es una forma de caer en una de las pretensiones de quienes la han orquestado y que presuntamente -me cuesta trabajo escribirlo- son unos delincuentes, con la ley en la mano.
(Publicada en ABC Córdoba el 30 de septiembre de 2017 en esta dirección)