Hace algunas fechas ABC informaba a sus lectores del éxito internacional de varias series de televisión producidas en España. Más allá de la noticia de que España fuera la cuarta exportadora mundial de formatos y programas de televisión -como otras muchas realidades en las que el país es puntero los españoles no solemos tenerlas en cuenta-, una de las series españolas que había tenido mayor acogida internacional era “Isabel”. En su día, en esta misma columna, rompimos una lanza en favor de la serie. Señalábamos que en nuestra opinión estaba bien ambientada, era correcta en lo referente al relato del momento histórico que desarrollaba, con algunas libertades propias de un guion televisivo, como era un supuesto amor platónico entre la reina y Gonzalo Fernández de Córdoba, que más tarde sería conocido ya por sus contemporáneos como el Gran Capitán o ciertas escenas de un erotismo poco acorde con la época. Pero la serie se sostenía y los asesores históricos habían hecho un buen trabajo, pese a la carencia de medios para recrear ciertas escenas que habrían necesitado bastante más que unas cuantas docenas de “extras”.
“Isabel” tenía otro valor añadido: era una serie producida, rodada, dirigida e interpretada por españoles. Había sido aquí donde habían dado forma televisiva a la historia de la más importante reina de Castilla. No nos la servían contada por anglosajones utilizando los planteamientos que son moneda corriente en la factoría californiana de Hollywood y tampoco había quedado en manos de alguna productora británica. Tengo pocas dudas de que los anglosajones, tanto de uno como del otro lado del Atlántico, habrían hecho una interpretación de las vicisitudes de la historia de “Isabel” según sus particulares planteamientos. Es lo que hicieron, por ejemplo, con las películas el género de “piratas y corsarios” ambientadas en los siglos en que buena parte de América formaba parte del imperio hispánico. El pirata, apellidado Morgan e interpretado por Errol Flynn, era el héroe que se enfrentaba a las autoridades virreinales españolas que encarnaban a personajes malvados y perversos. Era la lucha del pirata “bueno” por ser inglés y el gobernador “malo” por ser español. La interpretación de nuestra historia, con honrosas excepciones de algunos hispanistas, ha sido realizada de forma muy particular por los británicos que han llegado a silenciar episodios pocos gloriosos para los intereses de la corona ceñida por su Graciosa Majestad, como la grave derrota sufrida en 1741 frente a los muros de Cartagena de Indias a manos de Blas de Lezo. Ha sido sobre la base de esos planteamientos como la han llevado al cine.
Nos confesamos admiradores del cine inglés con excepciones como el de “piratas y corsarios”. Son verdaderos maestros haciendo películas y, por lo general, arrimando, como suele decirse, el ascua a su sardina. La capacidad interpretativa de sus actores y actrices es sencillamente excepcional, así como la profesionalidad con que asumen su trabajo. Pero es importante no dejar que sean otros quienes cuenten nuestra historia. Mejor que lo hagamos nosotros. Lo cual no quiere decir que caigamos en la loa y alabanza alejada de la realidad. Tenemos una historia extraordinariamente rica tanto en personajes como en acontecimientos. Tanto unos como otros ofrecen un panorama donde se alternan las sombras con las luces. Ni las primeras son tan tenebrosas como algunos quieren pintarlas, ni las segundas tan luminosas como a veces se nos ha hecho creer.
(Publicada en ABC Córdoba el 8 de marzo de 2017 en esta dirección)