Hay una etapa de la historia de Córdoba que queda en medio de dos periodos históricos a los que se ha dedicado mucha más atención. Me refiero al tiempo en que Córdoba estuvo bajo la dominación visigoda cuya cronología se extiende desde la segunda mitad del siglo V hasta comienzos del siglo VIII. Es decir, aproximadamente durante dos siglos y medio la historia de la ciudad está ligada al reino visigodo. A lo largo de ese tiempo no estuvo bajo control bizantino, manteniéndose como plaza visigoda durante las décadas en que los imperiales controlaron importantes zonas costeras del sur y el levante peninsular entre la segunda mitad del siglo VI y primeras décadas del VII. Señalemos que hay abierto un interesante debate acerca de donde quedó establecido el límite entre el territorio ocupado por los bizantinos y el controlado por los visigodos. Añadamos que si Córdoba no estuvo bajo el control de los bizantinos, la influencia de estos que fue muy intensa en toda la Bética, sí estuvo presente.

Hay una creencia muy extendida según la cual la capital de la Bética estaba en este tiempo en Híspalis. Está basada en que era allí donde estaba la sede episcopal más importante de la provincia y que los escritos de alguno de sus titulares, caso de San Isidoro, son una de las fuentes de información para acercarnos a este periodo. Pero lo que Híspalis ostentaba era la cabecera religiosa de la Bética, pero la capital política estaba en Córdoba que era, según García Moreno, uno de los cuatro lugares, junto a Híspalis, Mérida y Toledo, donde se asentaba lo que ha denominado como la corte itinerante de los últimos tiempos de la monarquía visigoda.

Algunos acontecimientos refrendan la importancia de Córdoba. En ella murió el rey Egica, padre de Witiza, en el año 702. Es en Córdoba donde Rodrigo, que era gobernador de la Bética, fue proclamado rey, auspiciado por algunos de los más poderosos linajes visigodos, los que quitaban y ponían reyes, y que tenían asiento en la ciudad. Cordobés era el linaje de Rodrigo, el último de sus monarcas y también Witiza tenía en Córdoba fuertes conexiones familiares.  En la Córdoba del siglo IX aún se conservaba memoria viva de la existencia de un palacio de Rodrigo. Importante fue la resistencia que ofrecieron en Córdoba a los musulmanes contingentes de tropas visigodas, restos de su derrotado ejército a orillas del Guadalete, pese a estar desmoralizado y haber perdido buena parte de su capacidad de combate.

La importancia política de la Córdoba visigoda se verá refrendada con la decisión tomada por los musulmanes, una vez que habían controlado la mayor parte del territorio peninsular, de instalar en ella la capital del emirato que denominaron Al-Andalus. No fue casual que eligieran Córdoba, prefiriéndola incluso a la centralidad que representaba Toledo, quizá influyó el estar más cerca de lo que ya empezaba a denominarse estrecho de Gibraltar por si los musulmanes se veían en la necesidad de retirarse y regresar a África. Pero fue determinante el peso político que la ciudad había tenido en tiempo de los visigodos.

El que no hayan quedado apenas vestigios arqueológicos y las referencias literarias de aquella Córdoba sean escasas es algo que, en modo alguno, debe hacernos desdeñar un periodo de su historia en que jugó un papel sumamente importante, incluidas las luchas intestinas que desangraron a la monarquía visigoda debilitándola de tal forma que apenas pudo oponer una resistencia eficaz a la invasión musulmana.

(Publicada en ABC Córdoba el 25 de enero de 2017 en esta dirección)

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