Se dice, en términos marineros, que cuando un buque discurre a la deriva necesita un golpe de timón. Eso es lo que le pidieron, desde las filas de la oposición y desde las de quienes gobiernan sin estar en el gobierno, a la alcaldesa, que tiene que gobernar con siete concejales de veintinueve más la muleta de los cuatro ediles de Izquierda Unida, el pasado lunes en el pleno donde se debatía el estado de la ciudad. La lista de razones para ese golpe de timón sería tan larga que necesitaría mucho más espacio del que disponemos en esta columna. Sin embargo lo que más llamó la atención de su discurso fue su cerrada defensiva. Era como aquel catenaccio —cerrojo en italiano— que, surgido en Austria, los transalpinos llevaron a su máxima expresión. No era otra cosa que destrozar el fútbol. No se trataba de lograr más tantos que el adversario, sino encajar menos; algo que parece lo mismo pero no lo es.
No planteó retos de cara al futuro para mejorar Córdoba, tampoco se centró en defender lo logrado en este casi año y medio, que es más de la tercera parte de la duración del mandato, para dejar claro que significa «gobernar para la gente». Toda su estrategia ante el acoso, desde la derecha y la izquierda, fue despejar balones y echar la culpa a los populares en su condición de anteriores gobernantes de la ciudad de los males de la patria.
Todo este tiempo se le ha ido a Ambrosio en enderezar entuertos del PP que en su discurso aparecía como una especie de caballo de Atila que no había dejado títere con cabeza. Pero a la alcaldesa habría que recordarle que no fueron ellos —los del PP—, los que emplearon este tiempo en trasladar crucifijos, retirar cuadros, perderse en debates sobre la titularidad de la Mezquita, declarar poco menos que antitaurina a la ciudad, enredarse en el cierre de la cementera de Córdoba, dedicarse a crear comisiones que tienen paralizado el Metrotrén, dejar en el cajón el proyecto de remodelación del Pósito, suspender las proyecciones en el Alcázar de los Reyes Cristianos, reduciendo sus visitantes de forma importante de un tiempo a esta parte, dejar cerrados, por mor de las circunstancias laborales de los trabajadores —cosa que, curiosamente, no ocurría en etapas anteriores— los museos de titularidad municipal en momentos en que se intensifica el número de visitantes a la ciudad o manejar el negociado de subvenciones concediéndolas a entidades puestas bajo sospecha o diciendo a quienes reclaman, agraviados, que lo hagan —gobernar para la gente— al maestro armero.
Tampoco han acertado con decisiones —no me resisto a dejarlo en el tintero, pese a que ha sido tratado por extenso por otros estimados columnistas de este diario— cuya consecuencia es que la «violinista de la Puerta del Puente» —otra vez gobernar para la gente—, haya tenido que hacer los bártulos y marcharse de la ciudad.
Se ha ido casi año y medio sin impulsar un solo proyecto de envergadura en la ciudad, se han atascado iniciativas de anteriores corporaciones o se han malgasto energías haciendo gestos hacia la galería, verdaderos brindis al sol. Ese es un pobre balance que no da brillo a lo que ha sido este tiempo. Poco más que limitarse a resolver lo de andar por casa y no siempre de la forma más acertada. Veremos que «cimientos gubernativos» nos ofrece cuando llegue el próximo debate. La memoria es frágil, pero la hemeroteca no.
(Publicada en ABC Córdoba el 22 de octubre de 2016 en esta dirección)